Estaba en los 30 cuando devino
aquello del “regreso a la democracia”. Los acontecimientos me sobrepasaron y me
quedé con la idea de que se aprovechaban de mí una vez más; que se aprovechaban
de nosotros – aquellos que con más o menos riesgo habíamos estado en la
resistencia a la dictadura feroz. Me dije, para mí mismo, ¿estos nos devolverán
lo perdido?, ¿serán estos retornados de última hora y estos aparecidos de la
nada quienes construirán un país más justo en donde los indígenas podamos
desarrollarnos sin ser direccionados desde el poder central?, ¿serán estos
quienes reivindicarán dignamente a nuestros compañeros y compañeras caídos/as?
En ese momento recordaba a Carlos, un joven regresado desde el exilio que
perdió la vida en Quinteros; recordaba a Víctor, el que un día golpeó la puerta
de la casa en que vivía, y sus ojos tranquilos al preguntar por con quien yo compartía
mis días en ese tiempo. (Víctor fue muerto en un asalto de la DINA a la casa en
que se refugiaba). Recordaba a mi lamgen Silvia Calfulen, finalizando sus días
soñadores, compartidos nuestros sueños, en un acto de recuperación. ¿Serán
estos, me decía, quienes construyan la justicia social tan anhelada no sólo por
nosotros sino por todos los habitantes de este patético país?
En esos días vi el desborde de la población
esperanzada. No tenían por qué sentir y/o pensar lo mismo que yo. No todos
salimos con nuestro miedo a ganarnos un espacio. Muchos se quedaron y
observaron expectantes. Así es la naturaleza humana, de mamíferos al fin. Por
otra parte, ¿qué oportunidades ha tenido la población de desarrollar una
conciencia crítica, con un sistema educacional mezquino, ideado para producir
alienamiento en lugar de autonomía. Por eso, me fui a cualquier parte. No voté
por Aylwin, ni por Frei, ni por Lagos, ni por Bachelet, ni por ninguno de los
candidatos aparentemente alternativos.
Todo aquello comenzó para mí mientras se
aproximaba la realización del plebiscito del 88. Al día siguiente de esa
jornada de octubre, presencié una escena repetida hasta el cansancio; pero, en
esta ocasión quien la protagonizaba era un joven militante de la alegría que
todos/as se preparaban a recibir. Le había visto en los meses anteriores, ir y
venir entusiasmado, entregando su entusiasmo juvenil en la campaña. (Él contaba
con más de 20 años en ese entonces). Supe que militaba en uno de los partidos
que sabía fue parte de la conspiración golpista. Bueno, habían pasado tantos
años, y para ese entonces, este muchacho era apenas un crío que iniciaba su
existencia. De ese hecho surgió un poema que es más una crónica que lo que
pretende. No me alcanza a gustar; pero, lo dejé como quedó.
El muchacho progresista leyendo el diario comentó:
¿Por qué no pondrán gentes?
¡Ponen puros indios!
Las mujeres en la foto
viejas mujeres con rostro de tierra
emitían el sufragio en Imperial.
¡Se olvidó!
¡En la letra de su discurso estuvimos tantas veces...!
Y olvidó.
En la numerosa multitud cotidiana de Temuco
no nos vieron.
Por la puerta abierta del bar
entró el frío de la mañana
y sonreí...
calladamente
sin hallar qué responder
al muchacho progresista que leyendo el diario comentó.
22.10.88
Ahora, estamos todos en la lista de
electores. Estoy pensando en concurrir al registro electoral para manifestar mi
voluntad de no participar, a menos que luego – ya – se muestre en algún sitio
una alternativa, probablemente no ganadora; pero digna, y con la que los
mapuche podamos negociar. Mientras tanto sigo preparando mi regreso definitivo
a mi lof; ya ha pasado mucho tiempo y no quiero seguir disculpándome con mis
antepasados.
PD: ¿Alguien ha pensado que los partidos
políticos chilenos, una organización para chilenos, son representativos de las
aspiraciones de los pueblos originarios que quedamos en el interior de las
fronteras chilenas? Yo, no.
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