miércoles, 27 de febrero de 2013

IMÁGENES DEL 7º MINGAKO


Imagen: Marina, confeccionando bolsas.


Imagen: Loreto, Heyeh y Carina, pegando carteles por el camino.


Imagen: Carina, pegando carteles


Imagen: Ricardo y Olegario construyendo una ampliación. (Es el sitio ocupado como comedor durante los días del mingako). Observa, mi hermana Marta.


Imagen: Otro día de pegar carteles (Carina e Isidora)


Imagen: Mi prima Fresia, instalándose con parte de su grupo familiar, al llegar de Santiago.
A esta zona del campamento le llamamos "El barrio alto" del Mingako.





Imagen: Limpieza del estanque de agua de la sede comunitaria (Loreto y Guillermo).



Imagen: Entretenidas bajo la lluvia. (La foto es mala; pero... ¡Pucha, que la pasan bien!)



Imagen: Lo poco de bosque nativo que nos queda. al fondo se divisa una plantación de eucaliptos.



Imagen: El potrero del alto, llamado "Rastrojo delgado".



Imagen: El miércoles por la tarde, llegaron más visitas de Santiago.
Justine y David.



Imagen: Mi amigo Jorge, a cargo de las visitas santiaguinas.
Lamentablemente quedó para marzo con algunos magísteres que le teníamos en esta ocasión, tales como armado de carpa y acarreo de leña desde el bosque.



Imagen: Andrea, Fresia y Carina.



Imagen: Erna, Marina, Brenda y Andrea.
Ya estábamos la mayoría. Comenzaba la fiesta.


Las fotografías son de Mabel y Carina Raguileo y corresponden a los días anteriores al inicio del 7º Mingako Kultural.

REGRESO POR MEMORIA



Erwin Quintupill

La idea de visitar el xayenko (cascada) surgió de la memoria, de la necesidad de removerla… La memoria misma como parte del todo, de la naturaleza, se reinstala una y otra vez en nuestra conciencia. No se puede ser sin ella. Lo dicen los antiguos, hombres y mujeres. Lo dice el paisaje cada vez que lo miramos o lo recordamos. Lo dicen los aromas, los sabores, las texturas, el viento y el silencio… En lo que a mí respecta, sobre todo, el “silencio”.

Hace años atrás, en el velorio de Fresia, cuando aún vivía la tía Sofía Ñancupil, conversábamos cada uno de sus asuntos, repartidos en el interior de la casa. Era de noche. Esa tarde mientras participábamos de un mingako[1] de siembra, habíamos escuchado sonidos de queja y supusimos que ya había llegado; por eso, la casa que Fresia dejara años atrás estaba llena de gente… Hubo un instante, en medio de la luz mortecina en que la tía Sofía tomó mi mano, la extendió y me dijo: “nosotros somos como un árbol”. Vi mi mano abierta, iluminada por las velas, y entendí que era lo mismo que me había hecho regresar: La memoria.

Igual sensación me ocurre cuando siento el aroma – inexistente ahora – de los choclos que cocinaba mi madre.

Una de mis sobrinas me insiste en recordar… Y por allí nació la necesidad de ir hasta el xayenko para ver cómo está. Surgieron palabras. Hubo especulación acerca de si el gen[2] del xayenko estará allí todavía… ¿Por qué habría de irse? Ahí ha de estar, en medio de esa plantación de eucaliptos. Uno que otro recordó cuando alguna vez estuvo allí, por diversos motivos.

Entonces, me fui donde un par de parientes que lideran el gijatun (nguillatún) de Hueychahue[3], para escuchar su opinión. Ellos también lo tienen presente. Les hablé y hablamos del lof[4] antiguo, de la práctica de nuestros mayores de bajar por un estrecho sendero -abierto a mano- en medio del bosque nativo, no intervenido en esa época. Así lo contaban. Mi madre narraba cómo comenzaba la ceremonia…

Empezábamos en el alto y bajábamos tocando el kulxug[5] (kultrún), las pifvjka[6] (pifüllka), kaskawija[7] (kaskawilla)… Todo eso… Bajábamos bailando… cuando llegábamos se dejaban las cosas… había como platitos en la piedra… Es una roca grande, así como una tosca… Allí se dejaban lo que se llevaba… Sangre de cordero también…

Cuando bajábamos, el monte sonaba. Se escuchaba como un eco. Había puros robles…Ese monte era virgen, nadie lo trabajaba… Después nos volvíamos y el tiempo cambiaba bien luego… Una vez, antes que llegáramos a la casa empezó a llover… Tiene mucho poder ese xayenko.

Después empezaron a echar abajo el monte, a cortar los robles para venderlos hecho madera… Ahí murieron varios wigka[8] aplastados o de otra forma… Ese era el gen que no quería; pero, lo echaron abajo nomás. Ahí vive Herman Pérez… Eso quedó como tierra de colonos después de la radicación. No lo dejaron como parte de las tierras de nosotros; pero, nosotros íbamos allí… Eso era de mi familia.

Ahí está el xayenko. Si uno pasa por ahí tiene que hacer una rogativa.

Ese era más o menos el relato de mi madre en los años 80 y el de otros mayores. Algunos de ellos viven aún, como la tía Guillermina que se fue a Concepción. Ella me contó – ahora en 2013 – que cuando llegaba la Tugeyman[9] “yo tenía que ir al xayenko a buscar remedio, que sólo allí había”. Cuenta que era una niña de unos 12 años en ese tiempo.


Me dijeron que estaba bien que fuera. Les pedí que me acompañaran, porque había que pedir permiso y que yo no podía ir solo, aunque la idea era hacerlo con unas pocas personas de allí mismo (Saltapura y Hueychahue)… Me dijeron de dificultades… Entonces fui donde Marti porque sabe hablar, lo oí en el gijatun pasado. Me escuchó con calma, me habló de cosas antiguas, de historias que le dejaron, de la familia, del xayenko… Todo eso mientras me servía mate y un par de huevos fritos, como la costumbre exige a falta de otras exquisiteces que no siempre se tienen. Me dijo que era algo delicado; pero que estaba de acuerdo.

Yo viajaba de donde estoy viviendo -por trabajo- para buscar a estos viejos. Pensé que si me hubiera empeñado en tener un vehículo habrá sido más fácil.

Fue necesario otro viaje para visitar a la prima que vive muy cerca del lugar. Hasta allá llegué una tarde, acompañado de una sobrina, para explicar el motivo… Ella me dijo que hace poco lo habían estado limpiando, es decir, rozando la vegetación para entrar hasta allí. Pero…

En ese instante recordé las conversaciones anteriores, de las visitas que hice semanas atrás… Fui uniendo conversaciones y me di cuenta que todos hemos estado pendientes de ese lugar, que si bien es un sitio al que no se va comunitariamente a hacer gijatun, está en la memoria de todos.

Ella estuvo de acuerdo en que llegáramos de amanecida hasta su casa y que nos conduciría; “pero, está aquí cerquita”, me dijo.

La visita

La mayor parte de los asistentes al mingako ya estaban con nosotros. La mayoría quiso acompañarnos. Yo hubiera preferido ir sólo con los de acá; pero, tampoco se puede negar a las amistades que te apoyan… El problema era lo “delicado” que me recordó Marti, cuando decidió ser el gijatufe del grupo. Yo también lo sabía… Me preguntaba “y… si no lo hacemos bien; si en lugar de reencontrarnos hacemos que se desaten energías negativas que a más de alguien vaya a afectar… y, si entre mis amistades alguien no hace caso de las advertencias…” En fin, esa noche no dormí. Me quedé hasta tarde conversando con un par de amigos que dijeron que preferían restarse. No les había dicho nada de mis temores; pero, entendieron que el asunto no era simple. La mayor parte de la gente dormía en la casa y en las carpas. Me quedé despierto, pensando; hasta que una alarma vecina comenzó a sonar.

Partimos a buscar a Marti. Antes visité la carpa de varios de los que se habían comprometido a acompañarnos, para que no se atrasaran. Tenemos que estar antes del amanecer, les recordaba. Eran recién las cinco de la mañana.


En medio de la noche nublada, bajé del auto -me llevó mi sobrino- y caminé por el callejón hasta llegar a la casa de Marti. Demoró en salir. Me contó que no encontraba su xarilogko[10]. Caminando me dijo que estaba preocupado: “No sé si estará bien; pero ya me comprometí. No puede ser malo; pero, poco después que usted vino a pedirme que lo acompañara, soñé. En el sueño vi que entre la gente que va a ir con nosotros hay una niña joven. Cuando estábamos en el xayenko a ella se le subía una gallina en el hombro. No pasaba nada más; pero no entiendo la seña. Cuando llegue la voy a reconocer. No sé quién es”.

Saludó a mi hermano viejo y a mi cuñada. Conversando llegamos al sitio. Nos esperaban. Marti fue breve. Me llamó la atención la enorme tensión que no lograba ocultar. Advirtió que era un lugar de respeto al que íbamos a ir, es sagrado para nosotros – insistió –, y contó el sueño, e indicó a una sobrina que yo no conocía y que había llegado desde Temuco con sus padres para estar en ese momento. “Sin foto, sin teléfono. Vamos a ir en silencio, sin risas ni bromas, serios, y cuando lleguemos, escuchen. Nada más”.

Bajamos. No estaba tan cerca como aseguraba la prima. Justo amanecía, cuando llegamos. Cientos de eucaliptos rodean al xayenko; sin embargo, bajo un manchón de quilas y colihues se oye nítido el sonido del agua que cae. Es apenas un hilo y desciende desde unos dos metros de altura. La primera vez que estuve allí era distinto, pues sólo había vegetación nativa. Ahora, nada de ella quedaba, excepto estas porfiadas matas que cubren todo el xayenko y lo ocultan. Bajamos por un túnel hecho a podón. Ahí estaba la demostración de que no está abandonado.

Nos ordenamos muy apretados en el poco espacio existente. Los demás se acomodaron en la estrecha bajada. Todos apretados y en silencio. El gijatu mapuche, la oración mapuche, suena naturalmente, como un elemento más. Anudamos nuestros xarilogko. Más atrás destacaba una de mis sobrinas que estrenaba xariwe[11] por la ocasión. Un plato de greda con muzay[12] y ramas de maki[13] es suficiente para ir elevando y entregando un saludo, una explicación, una petición, un compromiso. Oooooooohhhhh, repetimos varias veces. La niña del sueño estaba junto a nosotros, quieta. Su mirada y postura nos decían que pensaba intensamente.

Allí no había dioses, sólo la naturaleza y la expresión de una de sus más fuertes energías. ¿Cómo se explica el surco tallado en la piedra por la acción del agua que cae? Bajo un techo de quilas, se perdieron los eucaliptos de la forestal. Lanzamos los granos de trigo, avena, lentejas, manzanas y harina tostada, entregándolos a los habitantes del xayenko. Nos repartimos el muzay para ofrecerlo a la tierra antes de beberlo. Casi al terminar, Marti me dice “podemos dejar este plato con la harina”. Es una afirmación, no una pregunta; tampoco es una imposición. “Sin dolor”, agrega. “Con todo el gusto que me nace”, le respondo.

“Ahora vamos a salir. Está hecho y lo hemos hecho bien. Se van a retirar tranquilos y sin volver la vista atrás. Hasta que estemos en el alto, recién podrán mirar para acá”. Fueron subiendo lentamente. Esperé que la última persona hubiera salido, para subir rápido y sujetándome de los tallos de colihue; pero, Marti me tomó y comenzó una nueva oración. Allí, solos, gratamente enredados en la memoria, pidió por mí y por lo que emprendía. Si en algún momento creí que podía retornar, - felizmente – ahora es demasiado tarde, pensé.


De nuevo junto a la casa de la prima, conversamos sobre el objetivo de la visita. Hablamos de la familia, de los relatos, del antiguo lof, de la memoria. Marti, por su parte, insistió acerca de lo “delicado” del asunto y nos contó que a través de un sueño entendió que tenía que asumir el rol de gijatufe. Ya relajados, nos despedimos con un abrazo a cada uno.

Pensaba, mientras regresábamos, el sueño de Marti ha de ser bueno, porque la niña – según su madre, otra prima – tiene una fuerte relación con lo mapuche. Si una gallina del xayenko se le ha subido al hombro, bien puede ser una buena compañía. Su padre, allí presente también, nos dijo que su suegro le enseñó a que tenía que caminar con tranquilidad por estos campos, siempre y cuando pidiera permiso para cualquier cosa. “Así aprendí de él, y aunque no soy mapuche lo hago. Por eso, cuando supimos que iba a haber esta visita, viajamos desde Temuco para poder acompañar”.

El sol llevaba una hora y algo de mirarnos desde lo alto.

Me quedó dando vueltas en el cerebro una pregunta de Marti “¿Qué podría hacerse, para recuperar este lugar?”


[1] Mingako: Trabajo comunitario basado en la reciprocidad.
[2] Gen: “Espíritu” que vive en el xayenko o en cualquier otro sitio significativo.
[3] Hueychahue (Weycawe): Lof ubicado al norte de Saltapura.
[4] Lof: Agrupación familiar que ocupa un área determinada.
[5] Kulxug: Instrumento musical de percusión que lleva la primera voz en ceremonias espirituales.
[6] Pifvjka: Instrumento musical de viento. Flauta de madera que se interpreta en grupo de seis hombres.
[7] Kaskawija: Cascabeles de bronce para acompañar la música del kulxug.
[8] Wigka: No mapuche.
[9] Tugeyman: Maci que trataba a la familia de mi abuelo Ignacio Quintupill (padre de Guillermina).
[10] Xarilogko: Cintillo de lana que los hombres usan para atarse la cabeza. Las mujeres lo llevan de plata.
[11] Xariwe: Faja o cinturón.
[12] Muzay: Bebida de trigo.
[13] Maki: Pequeño árbol nativo.

lunes, 25 de febrero de 2013

DIBUJOS Y DISEÑOS ANCESTRALES EN NUESTRA VESTIMENTA IDENTITARIA MAPUCHE



Erwin Quintupill

¡Cómo nos han dañado! “Envejecer” es un proceso que se agradece, pues las experiencias acumuladas permiten ir construyendo al hombre y a la mujer que nunca llegará a un fin determinado, sólo metas parciales. De ahí entonces que me parece fundamental el crecimiento horizontal que ofrece nuestra cultura, nuestros principios y valores. Con relación a estos últimos, claro está que compartimos muchos de ellos con otras culturas sean estas como nosotros – otro mapuche, ka mojfvñce –; sin embargo es pertinente conocer lo que nos hace diferentes.

La educación chilena y el resto de la institucionalidad chilena no han hecho más que destruir nuestra cultura, aún en estos días. En su afán de imponernos sus principios, sus valores terminaron colonizando nuestro pensamiento. Al otro lado de la cordillera, el gobierno argentino se propuso el exterminio físico de nuestros hermanos/as. A este otro lado se optó por un proyecto de alienación, al punto en que hoy muchos hermanos nuestros que dicen ser mapuche poseen un discurso no mapuche, un discurso construido desde la escuela municipal y desarrollado por los centros académicos chilenos, porque los programas de estudio con que aprenden chilenos y mapuche son decididos por unos cuantos elegidos, sin consulta a nadie, ni siquiera a los profesores que son en definitiva quienes lo desarrollan en las aulas.

¡Cómo nos han dañado!, parto diciendo a propósito del uso de los dibujos que podemos observar en la actualidad.

¿Los mapuche de hoy nos hemos preguntado lo que debemos llevar de acuerdo a nuestra ubicación en la familia, en el lof o comunidad, en el cosmos? Cada uno de nosotros transcurrimos una existencia en la que asumimos diferentes funciones o roles, de acuerdo a nuestras circunstancias particulares y colectivas, independiente de dónde viva (zona rural o urbana). No se es mapuche porque heredamos un apellido que antes fue el nombre de algún antepasado directo[1]. No se es mapuche desde la nada, porque aprendemos la memoria desde antes de nacer; y si por presión del mundo en que ahora vivimos, a muchos de los nuestros no les ocurre así, pues habrá que desarrollar espacios en los que se vaya reinstalando lo aparentemente perdido.

Cuando partí con lo de aprender a dibujar en el telar, lo hice por propia voluntad… Quizás haya existido un acontecimiento premonitorio, quizás haya soñado o quizás no… Vivía en la ciudad y decidí retornar. Antes había intentado otras formas de expresión manual… Al egresar del liceo deseaba ser pintor… Todo había fallado hasta que aparecieron un par de ovillos de lana de oveja tinturados y recordé el trabajo misterioso de mi madre. En esa época nada sabía de lo poco que ahora sé; mi único interés era dibujar con la misma soltura que construía sueños en los kvmpvjv[2] en mi época de pastor.

Lentamente fui observando y… lentamente fui dándome cuenta de que algunos de los dibujos no cuadraban en la “lógica mapuche”.

Como parte del 7º Mingako Kultural en Saltapura, invité a Zoila Huilipan, tía nuestra y de edad bastante avanzada, porque sin saber dibujar, tuvo el privilegio de observar de cerca el trabajo de Angela Lienleo, la última ñimikafe completa de ese lugar hasta ahora.

En la breve conversación con las asistentes al taller de dibujos en telar contó que había xari makuñ[3] para hombres jóvenes y para adultos mayores. “Xagkoy” se llama el dibujo para los mayores y el de los más jóvenes no lo recuerda. La diferencia era el dibujo o diseño: más complejo para los mayores, más sencillo para los jóvenes. De entre los que estábamos presentes incluyó en la categoría joven a uno de poco más de veinte años y a otro de más de cincuenta, dejando claro que los mayores son los más adultos… Me atrevo a concluir que los kim wenxu[4]. En otro momento, agregó que los niños usaban dibujos simples, no necesariamente logrados con alguna técnica de ñimiñ[5] o de xariñ[6]. De igual manera, hizo diferencia entre mantas de uso cotidiano y de uso ceremonial. Las mantas bonitas, las mantas dibujadas son de ocasión especial; para el uso diario, son las listadas o con dibujos sencillos.


Imagen: Xariwe[7]
Fotografía: Mabel Raguileo

¡Cómo nos han dañado!, dije al principio, porque actualmente no sólo es posible ver en la ciudad a peñi o lamgen con diseños equivocados o fuera del contexto tradicional, sino también en ceremonias importantes. Dos casos como muestra:

A principio de febrero de 2013 – en Curarrehue – observé un peñi joven que participaba en el “Trawün Red de Ferias y Mercados con Identidad”, con una manta que incluía el clásico diseño del xariwe femenino. Lo mismo vi en la manta de un médico joven y en la de un zugunmacife. Esto último, en el cambio de rewe del machi Ricardo (Entre Ríos-Nueva Imperial). Los momentos ameritaban el uso de una manta especial; sin embargo, sus portadores ignoraban que los diseños están fuera de contexto.

Alguien desconocedor absoluto de nuestra cultura podrá decir: “¡qué tanto!”, es una manta, nomás. El problema surge cuando nosotros entendemos que los elementos no podemos ubicarlos en cualquier lugar, hay un ordenamiento cósmico que se simboliza a través del telar y debemos respetarlo, hasta que un nuevo consenso diga lo contrario. Debemos trabajar con la memoria, en todo; de lo contrario, podemos caer en el tareísmo y/o folklorización propio de los establecimientos educacionales y de organizaciones desconectadas del pvjv (püllü) ancestral. Debemos preguntar, para equivocarnos menos cada día, para romper los lazos impuestos por la institucionalidad chilena y hacerle frente al colonialismo.




[1] En el caso del autor de este artículo, Quintupill (Kintupvjv) fue el nombre de mi bisabuelo, abuelo de mi padre biológico por su línea paterna.
[2] Kvmpvjv: Laderas erosionadas. Tierra colorada.
[3] Xari makuñ: También llamada nvkvr makuñ. Literalmente manta amarrada. Es aquella que llaman “manta cacique”.
[4] Kimce masculino.
[5] Ñimiñ: Técnicas en que los dibujos se logran al ir tomando las hebras que lo formarán de una en una. En nuestra zona, existen dos tipos de ñimiñ: gvpvh y welu kvzez.
[6] Xariñ: Técnica en que los dibujos se logran mediante el amarrado de parte del urdido que al ser ocultado, al momento de la tinción mantendrán el color original de la lana.
[7] Este diseño es propio de la faja femenina y simboliza la fertilidad. (Lo he visto en mantas y bolsos).

jueves, 21 de febrero de 2013

7º MINGAKO KULTURAL: TALLER DE DIBUJOS EN TELAR


14 y 15 de febrero

Se anunció la realización de este taller con el propósito de transferir los conocimientos que poseo en torno a cómo dibujar en el telar... conocimientos que no son plenos; sin embargo, ya suficientes como para dárselos a quienes desean aprenderlos para conocer el lenguaje de las ñimikafe, aunque en estos tiempos – por mí mismo – debiéramos decir las/os ñimikafe… Tradicionalmente ha sido un oficio de mujeres; pero he sabido de varios casos actuales de hombres jóvenes que por distintas circunstancias han tomado contacto e interés por las técnicas del telar mapuche… Allá mismo, al lado de Saltapura hay uno que aprendió de tanto acompañar a una de las mujeres de su grupo familiar a un taller, me han dicho… En Santiago, uno de los Kajfvkura se ha iniciado… Hace poco, en Valdivia conocí a un muchacho joven que estaba ensayando la técnica del gvpvh, con resultados notables.

Diez fueron las mujeres que anunciaron su interés por participar del taller, y sólo una de ellas no llegó; sin embargo, en total fueron quince las que debimos atender. Me acompañaron como ayudantes mis sobrinas Loreto y Karina.

Los principales problemas que debimos enfrentar fueron:

-         Algunas lamgen que no anunciaron su llegada.
-         Algunas lamgen que no cumplían el requisito de saber urdir para dibujar.
-         Algunas lamgen que llegaron sin telar (debieron improvisar uno).
-         Tres lamgen del campo creyeron que la actividad se realizaba en la sede comunitaria y se perdieron el primer día.
-         Algunas lamgen no sabían colocar el tohoh.
-         El número de personas asistentes (más de lo esperado).
-         Falta de un local cercano o de transporte para ir a la sede.


Imagen: Las instrucciones iniciales
Foto: Mabel Raguileo


Imagen: David construyendo un improvisado mini telar, mandado por... nosotros sabemos quien.
Foto: Mabel Raguileo


Imagen: Alejandra y Andrea
Foto: Mabel Raguileo

Entonces, el taller comenzó antes de la hora indicada, para tener listo el urdido. Ahí me di cuenta que algunas no sabían cómo hacerlo… o sea, que llegaron ¡en blanco! NO conversé el asunto con ellas, aunque fue mi intención… pero, las circunstancias no me lo permitieron… Ojalá que se pongan en contacto conmigo pronto para poder hacerlo. Es parte de la evaluación que permite mejorar lo realizado.


Imagen: Erna y Loreto
Foto: Mabel Raguileo


Imagen: Carina
Foto: Mabel Raguileo


Imagen: Isabel y Justine
Foto: Mabel Raguileo

Nos repartimos por el patio, junto a las paredes y bajo los manzanos. Muy luego surgió el compartir… Entre ellas se orientaban… Loreto, Karina y yo no dábamos abasto y las que más sabían le daban indicaciones a las que se iniciaban… Moli sacó la peor parte… Algo tímida seguía las instrucciones de oída y llegó a desarmar tres urdidos… En un momento se me acercó y me preguntó cómo lo hacía. Escuchó atentamente mis instrucciones y me dijo: ¡Ah! Ya me doy cuenta en donde está el error… Desarmó, volvió a urdir y estábamos en la tarde del segundo día y bien avanzada la hora… La dejé sola y como a la media hora o algo más volví por donde se hallaba… ¡Vaya sorpresa! No sólo el urdido estaba perfecto; el tohoh, también. Pero, lo increíble es que había dibujado… Me senté a su lado y me confió: Lo que pasa es que yo cometí un error y fue no haber partido con las instrucciones suyas, sino que me dediqué a escuchar a mis compañeras… por eso lo hice mal. Ahora que lo escuché a usted, todo salió bien… Felicitaciones Moli Amulef, la que nada sabía. Otra que no anduvo bien fue Eugenia, pues no logró instalar adecuadamente el tohoh. Hubo que ayudarla, al segundo día…


Imagen: Moli, Lorena y Fresia
Foto: Mabel Raguileo


Imagen: Brenda
Foto: Mabel Raguileo


Imagen: Moli, Carolina, María y Eugenia
Foto: Mabel Raguileo

Finalizando el taller, casi anocheciendo el día 15, Fresia que dijo vivir entre Temuco y Cholchol gritaba ¡Lo hice! ¡Lo hice! Parecía una niña, plena de alegría, con el resultado de un dibujo sencillo, pero significativo. Todo eso mientras se dirigía a la carpa, para guardar su preciado trabajo.

Un caso especial para mí fueron Norma Igayman y sus dos hijas: María y Lidia. Ellas cumplían el requisito de saber urdir… Incluso saben dibujar con la técnica del gvpvh. Su interés era para capacitarse en lo del welu kvzez ñimiñ… y lo lograron en menos de una jornada. Fue muy satisfactorio.


Imagen: Alicia
Foto: Mabel Raguileo


Imagen: Con la colaboración de todos/as (Fresia y María)
Foto: Mabel Raguileo

Al finalizar la primera jornada (14 de febrero), llegó la tía Zoila Huilipan – invitada por mí – para contar a las participantes su testimonio sobre cómo mi abuela trabajaba para confeccionar una manta amarrada (xari makuñ). Se trataba de un trabajo que podía durar entre 3 y 8 días, con exigencias muy estrictas como la prohibición del acercamiento de otras personas, de gritar, de permitir que los perros merodearan, de bromear o de reírse en el sitio de trabajo. Nos habló del uso del añil, de hierbas como el natre, del barro majo (mallo), de las amarras y de las herramientas.



Imagen: Zoila Huilipan conversa con asistentes al Taller.
Fotografía: cedida por Moli Amulef



Imagen: Alejandra y Fresia (conversación con Zoila Huilipan)
Foto: Moli Amulef

Dejé como tarea la búsqueda de información acerca del significado de los dibujos.

Espero haber contribuido para que estas mujeres no descansen y ojalá pudiéramos volver a juntarnos para mostrar nuestros avances y compartir los nuevos aprendizajes.

Un abrazo a todas.

Dejen sus comentarios.

En el acto central del día sábado hubo un momento para ellas; pero eso se informará en la nota correspondiente.


Imagen: Brenda, Carina
Foto: Mabel Raguileo


Imagen: Observando el trabajo de Lorena y Fresia. 
(Ricardo comentó en la evaluación familiar, al día siguiente, que en el 2014 había que colocar luz en el patio, para que pudieran seguir trabajando cuando se hiciera noche)
Foto: Mabel Raguileo



Imagen: Lorena
Foto: Moli Amulef


Imagen: El xariwe de Carolina, como muestra
Foto: Mabel Raguileo


Imagen: Las manos de Carolina
Foto: Mabel Raguileo



Imagen: El dibujo de Norma Igayman.
Foto: cedida por Moli Amulef.


Imagen: El porfiado tohoh de Eugenia
Foto: Mabel Raguileo


Imagen: La alegría de Alejandra
Foto: Mabel Raguileo


Imagen: El dibujo que aprendió Lidia. De paso nos mostró que en lugar de xape (trape) o cordel, las medias son excelentes sujetadoras del wixal (witral)
Foto: Mabel Raguileo



Imagen: Lidia y su hijo.
Foto: cedida por Moli Amulef


Imagen: La alegría de Fresia.
Foto: cedida por Moli Amulef.



Imagen: Enseñando a confeccionar los flecos del xariwe femenino.
La tía Zoila nos contó que se distinguen dos tipos; pero, no recordó los nombres.
Foto: Mabel Raguileo

miércoles, 20 de febrero de 2013

ANSELMO RAGUILEO 2

ANSELMO RAGUILEO. UN EJEMPLO DE INTELECTUAL MAPUCHE COMPROMETIDO CON SU PUEBLO

(Segunda parte)

Erwin Quintupill





I

Habían transcurrido unos pocos decenios de la derrota militar del Pueblo Mapuche frente al ejército del Estado chileno cuando Anselmo Raguileo Lincopil vio por vez primera el firmamento de Saltapura (3 de mayo de 1922). Entre los adultos de esos días, varios habían protagonizado los hechos. Probablemente, el viejo Ñankubew[1] ya no viviera. Probablemente, Anselmo no llegó a conocer a su tía bisabuela Rupaybew que dicen era de los de Salamanca, ni a su hermano menor Kaxvbew[2]. Tal vez conoció a su abuelo Ragibew –hijo de Kaxvbew– y a su abuela Rosa, maci como su madre Carmela; pero, a esta última no la tuvo más que dos años, ya que -debido al parto en que naciera su hermana Dominga- falleció. Desde entonces estuvo al cuidado de su madrastra Mariquita.


Figura 1: Árbol genealógico de la descendencia del logko Ñankubew. Destacado en una elipse Kaxvbew (Martín Catrileo) y más abajo Weycabew, el padre de Anselmo Raguileo Lincopil que en castellano se llamó José Raguileo Quilaleo.

La sociedad mapuche de la zona se enfrentaba, por una parte, al plan “civilizador” del Estado chileno, y por otra, a la tarea “evangelizadora” de la iglesia católica, particularmente desde la Misión de Boroa, inaugurada una vez acordado el fin del conflicto que Chile denominó “Pacificación de la Araucanía”, en tierra mapuche. Su hermano mayor Juan alentó a su padre para que el niño Anselmo fuera enviado a ese lugar. Su hermano Juan Bautista fue quien lo trasladó a caballo hasta allí. “Iba llorando, Anselmo”, me contó en una ocasión. Tenía aproximadamente ocho años.


Figura 2: La familia de Anselmo Raguileo Lincopil. Puede observarse que ninguno de los descendientes de Weycabew tiene nombre mapuche.

Alguna vez le relató a su hija Ruby[3] su paso por ese establecimiento evangelizador.

“…a él no le gustaba la Misión Boroa. Una, porque… era regalón,… Cuando niño, él decía que era llorón… Y allá se encontró solo, sin su hermano, sus hermanas… y a la vez se había casado el tío Juan Bautista con la tía Carmela, y siempre la tía Carmela fue muy cariñosa con él. Entonces, le preparaban estas cosas, tortillitas y cosas así, que a él le encantaban. Y allá en la Misión Boroa, incluso decía que comía hasta pan con gorgojo, por la harina que se empezaba a humedecer; los porotos no los limpiaban, así que salían con mugre; y la otra es que lo hacían levantarse temprano para ir a misa, y él siempre fue como débil y se desmayaba con el incienso. Esos eran los recuerdos que él tenía”.

Otro testimonio de ese tiempo lo entregó Maximiliano Licanleo[4]:

“Tocamos estar juntos en esos mismos años. Y yo llegué allá y él llegó también ahí. Era medio enfermizo. Botaba sangre de narices, de repente. Así era cuando estaba en la Misión.

“Era paciente. Siempre compartía, con uno, como familia. Así era él. Era paciente,…”


Figura 3: Árbol genealógico, vía materna. En cuadros con línea discontinua, antepasados por vía paterna.

De cuando joven pocos recuerdos existen entre sus familiares que le sobreviven, porque siendo recién adolescente se fue a estudiar a un colegio misional en Padre Las Casas, posteriormente a Temuco y después a Santiago a la Escuela de Artes y Oficios en donde se graduó de Técnico Químico (1944).

Dice Guillermina Quintupill[5]:

“Lo vi cuando era niña, muy chica. Supongo que tendría sus dieciocho años, cuando jugaba con Lucho[6]. Después escuché decir que estaba estudiando Agronomía, la gente decía así. Y después me dijeron terminó Agronomía y es otra cosa. Eso era cuento; nunca me dijo él[7].

“Una vez me dijo mi primo Dionisio: ‘Ése es puro papel. No ve gente. Siempre anda con puros libros, siempre anda estudiando… No conoce ni la gente, no se da cuenta que alguien pasa al lado de él’. Tenían la (misma) edad, más o menos”.

Este hecho nos muestra, por una parte, a Anselmo relacionándose con su familia amplia en el poco tiempo que disponía, pues los sucesos ocurrieron en un lof vecino ubicado al norte de Saltapura, de acuerdo a la costumbre que los mayores transmitían a sus hijos, y por otra, a un joven concentrado en sus afanes al punto de ir por la calle sin percatarse de que algún pariente circulaba por la misma.

En definitiva, Anselmo Raguileo debió separarse físicamente de su familia principalmente por su interés en estudiar química; pero nunca lo hizo en lo emocional, pues cada vez que podía regresaba para visitarlos y conversar largamente con ellos sobre diversos asuntos, como relata su primo Maximiliano:

“A verme, no más, después de tantos años que nos habíamos apartado. Como familia, no más, vinieron a visitarme.”


[1] Ñankubew: tatarabuelo de Anselmo Raguileo Lincopil.
[2] Kaxvbew: Martín Catrileo, hijo menor del logko Ñankubew y hermano de Rupaybew y de Ligkobew, acompañó a su padre a las negociaciones con el ejército en Boroa. De ahí que cuando la Comisión Radicadora estuvo en Saltapura, le reconociera como el logko, y que nuestro lof - para el estado chileno - se llame “Comunidad Martín Catrileo”..
[3] Ruby Raguileo Ríos, primera hija del segundo matrimonio de Anselmo Raguileo Lincopil con Leonor Ríos, profesora de Castellano. Vive en Labranza, Gulumapu, IX región de Chile.
[4] Maximiliano Licanleo, primo de Anselmo Raguileo Lincopil. Vive en Saltapura.
[5] Guillermina Quintupill, prima de Anselmo Raguileo Lincopil. Vive en Concepción.
[6] Luis Quintupill, hermano de la entrevistada.
[7] Debido a su larga estadía en una ciudad lejana, sus familiares más distantes especulaban acerca de lo que estaría haciendo. Considérese también el hecho de que las profesiones del mundo occidental – en su mayoría – eran desconocidas para el Pueblo Mapuche.