lunes, 12 de noviembre de 2012

YO ESTUDIANTE 2

Mi primera escuela formal

Estaba en Saltapura y pertenecía a Nolberto Licanleo, integrante de nuestro amplio grupo familiar. Él mismo era quien ejercía la dirección y las clases. Había estudiado en la Escuela Normal de Victoria, según algunas veces nos contó. Se trataba de una sala, que contaba con paredes de madera tinglada, sin forro ni cielo raso, tejado de tejas canoadas, piso de madera levantado sobre gruesos pilares de pellín. Ese espacio era toda la escuela, a la que asistíamos los niños y niñas del lugar. Durante ese año, recuerdo que hubo un par de estudiantes de origen chileno. Provenían de familias que habían sido instaladas en las inmediaciones de nuestro Saltapura por el Estado chileno; es decir, eran/son colonos; pero, de los pobres. Afortunadamente, no hay fundo alguno cerca de nosotros.

Sin embargo, la educación que se nos entregaba era la misma que la que se daba en las demás escuelas del país chileno. No había ninguna actividad relacionada con nuestro origen, nuestra realidad ni nuestras posibilidades de desarrollarnos con identidad. La escuela era ¿entonces? un lugar de desarraigo en que se enseñaba la chilenidad; en que se ensalzaba el patriotismo de los padres de la Patria chilena, haciéndosenos creer que éramos parte de ella; en que se nos mostraba a la machi como a una especialista en brujerías, mientras por las mañanas escuchábamos el tumtum de las oraciones de la que vivía en Bolil. Lautaro, Galvarino, Caupolicán aparecían como personajes míticos, desconectados de nuestra realidad, como situados en un tiempo remoto del que ya nada quedaba. Eso dictaban los programas de estudios de la época. Pero, nuestro profesor no lo hacía mejor; pues siempre se mostró convencido de que la educación debía servir para la chilenización. Él jamás ha mostrado sentirse identificado con su condición de mapuche. Él fue la primera persona a la que escuché usar el vocablo “indio” de modo jocoso y de menosprecio. Era una situación extraña, pero no cuestionada. Nuestros mayores vivían la resignación de la derrota, incapaces de cuestionar seriamente el proceso de awigkamiento que se presentaba. Reducido el espacio territorial, parecían ahogados en la necesidad de sobrevivir, sin poder explicarse el fin de los tiempos de abundancia. Estaban aplastados. El plan de los dueños del Chile en construcción había llegado a su fin y nada más les restaba continuar con la rapiña de apropiación del territorio, corridas de cerco y borracheras mediante.

De entre mis compañeros/as recuerdo a los Catrileo, Chicahual, Curiqueo, Ñanco, Collío, Pichichuinca…

En esa escuela, que ya no existe, aprendí sobre Historia de Chile y algo de Ciencias Naturales. El día en que llegué a ella, lo hice acompañado por mi primo Luis, pues él ya conocía el camino. El profesor me asignó la tarea de escribir una copia de la primera lección desde el libro que se llamaba “Al abrir la puerta”. En su portada había la imagen de un niño que entreabría una puerta. En realizar la copia eché toda la mañana y parte de la tarde.

Posteriormente, recuerdo que me asignaron la tarea de ayudar a mis compañeros que no habían aprendido a leer. Así, me convertí en el ayudante y enseñaba a los demás a unir las letras para formar las palabras. Trabajábamos con el silabario del “OJO” y después con el “LEA”. A mí me resultaba atractivo hacerlo.

Durante los recreos había algunas actividades por hacer. Un grupo de niñas se turnaban para hacer el almuerzo. Había alimentos donados por la “Alianza para el progreso” un programa de gobierno, proveniente de Estados Unidos. Había aceite en lata, polenta, porotos, leche, fideos y no recuerdo más. Tiempo después nos llegaron galletas, quáker. Los niños nos encargábamos de buscar algo de leña, la que sacábamos de los bosques cercanos. Tomábamos el agua desde un pozo que estaba a pocos metros, en el patio, y cubierto con unos pocos tablones. Los baldes que usábamos eran de tarros. En el pozo vivía una familia de sapos que era motivo de algunos de nuestros juegos.

Nos entreteníamos con juegos de esa época. Jugábamos al tejo uniendo monedas de cobre, al corderito sale a tu puerta, al luche, al trompo, a las escondidas, a “navegar” montados en troncos en el mallín que teníamos a un costado, a las bolitas, a andar al apa, a la culebra, a saltar la cuerda, etc.

EL ZORRO

Los epew del compadre zorro son varios y entre las familias se cuentan de diferentes modos. A veces, los epew se superponen, es decir, se enlazan y son narrados como si de un solo relato se tratara; pero, éste es único y no lo he escuchado en otro lugar sino que junto al fogón en mis años de infancia y después en torno a la mesa. Yo mismo me regocijo de darlo a conocer cuando la ocasión lo permite, cualquiera sea el sitio.

Pici epew (cuento breve), más parece un chiste.

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Hubo una ocasión en que el zorro fue a tomar agua al estero, después de haberse comido una gallina que se había robado. Hacía calor ese día, además. Era como mediodía y no había casi ningún ruido en el bosque, todo estaba en calma.

Tomó harta agua el cochino y después se fue por un caminito que había en el bosque; cuando de repente escucha como un silbido al mismo momento en que él daba sus pasos. Se detuvo y se quedó escuchando; pero todo estaba en silencio.

-          ¡Bah! ¿Será mi imaginación?, se dijo.

De nuevo empezó a caminar; pero, otra vez sintió como un silbido. Se detuvo de improviso y de nuevo NADA.

-          ¿Qué será entonces?, se dijo.

Empezó a ir un poco más rápido. Se preocupó, porque no sabía de qué se trataba; pero, al apurarse escuchó de nuevo el silbido, al mismo ritmo que él se apuraba. Se molestó y se detuvo de un repente… y de nuevo lo mismo: todo estaba en silencio, ni los pájaros se escuchaban, todos estaban callados a esa hora, ¿no ven que hace calor?

-          ¿No será que alguien se está riendo de mí?, pensó.

Y reanudó su marcha. Empezó a trotar. ¡Se escuchaba lo mismo!; pero, más rapidito. Otra vez se detuvo de un solo golpe.

-          ¿Qué porquería me estará bromeando?, pensó. ¿Dónde estará escondido? Pero…

Se enojó el zorro.

-          Me están remeando, pensó, y más se enojó.
-          ¡Pero… me voy a dar vuelta bien rápido pa pillarlo y ahí vamos a ver!, pensaba.

Entonces, empezó a caminar rápido y se escuchaba:

-          Fiu-fiu, fiu-fiu, fiu-fiu, despacio…

Apuró el pasó y más rápido se escuchaba el silbido… Empezó a trotar y más rápido salía el silbido…

-          Ya. Me voy a dar vuelta bien rápido, se dijo…

Y el zorro da la vuelta bien rápido.

-          Fiuuuuuuuuuuuhhhh… se escuchó.
-          ¡Ah! Eymi ta ñi weza kvciw anfe, pi ta gvrv[1].

Es que como había comido tanto y con tanta agua que bebió… Se llenó de gases y se les iban saliendo.

Fey ka mvteh. Ahí se termina el cuento.

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Fuente: Mi familia de todas las épocas (Raguileo Ñancupil, de Saltapura)
Mi mamá me lo contaba en mapuzugun. ¡Era bellísimo escucharla! No parábamos de reír, cuando lo hacía. Era estar viendo al zorro en el bosque que hay detrás de la casa y que en ese tiempo estaba un poco más tupido que ahora.


[1] ¡Ah! ¿Eres tú mi poto bromista, entonces?

LA VÍBORA

LA VÍBORA[1]

Se trata de un viejito y de una viejita que vivían solos, y que no tenían hijos. Un día, el viejito - que andaba en el campo - escuchó un llanto de guagua. Buscó y buscó, hasta que la encontró; pero, se trataba de un culebrón que lloraba como guagua. El viejito se lo llevó para la casa, y allá - con su viejita - lo criaron.

El culebrón empezó a crecer, y como si fuera un niño, también aprendió a hablar. Cuando ya era grande, el culebrón le dijo un día a su papá que se quería casar, y que quería que fuese a pedirle la mano de su hija al rey.

El viejito y la viejita se entristecieron, porque no habían pensado en eso; pero, como el culebrón insistió, al final el viejito fue donde el rey a pedirle la mano de la princesa para su hijo culebrón. El rey se enojó, porque lo vio tan pobre. Que ¡cómo su hija iba a casarse con el hijo de un hombre tan pobre! Así que le dijo que bueno; pero, con la condición de que le transformara las paredes que rodean el palacio en oro.

El viejito se regresó triste y le dijo a su hijo lo que había pasado. El culebrón le dijo que no se preocupara, y al otro día las paredes aparecieron convertidas en oro. Entonces, el rey, dijo que no era suficiente, que ahora tenía que transformar a todo el palacio en oro. El viejito volvió triste otra vez; pero, el culebrón le dijo de nuevo que no se preocupara. Al otro día el palacio apareció convertido en oro. Pero, el rey dijo que no era suficiente, que tenía que convertir toda la quinta en oro, los árboles y los frutos incluidos. Apareció la quinta convertida en oro. Entonces, el rey no pudo seguir poniendo obstáculos, así que aceptó dar la mano de su hija.

Se preparó el casamiento. Los viejitos estaban tan preocupados, porque pensaban en lo que ocurriría cuando supieran que su hijo era culebrón. El día del casamiento llegó el culebrón y toda la gente se asustó. La mamá de la princesa le decía que ¡cómo se iba a casar con un culebrón! Todos le decían lo mismo. Pero, la princesa dijo que se casaba, no más. Le dijo a su papá que si habían hecho el compromiso había que cumplirlo.

Así que el cura, todo asustado, les casó, y cuando dijo que el novio podía besar a la novia, el culebrón se enrolló en la princesa, y al momento de besarla, se convirtió en príncipe. Nunca antes habían visto a un príncipe más hermoso que ese.

Ahí quedaron todos contentos, y los príncipes se fueron a vivir al palacio. Pero, cuando se transformó en príncipe, el culebrón perdió la piel. El príncipe dijo que guardaran la piel, y le encargó a la princesa que nunca le hiciera nada, que tenían que mantenerla. Pero, un día, después de mucho tiempo, la princesa estaba aburrida con la piel, así que la echó a la chimenea: Se quemó.

El príncipe se enfermó: quedó casi ciego. Se convirtió en paloma y así llegó a la casa de los viejitos (sus papás). La princesa le salió a buscar, y cruzó un río para pasar donde una maci[2] para pedirle un remedio. Ella se lo dio. Con ese remedio llegó a la casa de los viejitos, y encontró al príncipe ciego. Entonces, ella le echó el remedio en los ojos, y de a poco, el príncipe volvió a ver.

Después regresaron al palacio y allí vivieron.
 


[1] Narrado por Andrea Raguileo, en 1992. Al parecer, lo aprendió de su tía Isabel Melillán.
[2] Machi.

domingo, 4 de noviembre de 2012

LEMUN SIGUE LUCHANDO


Imagen: Rayado callejero.
Fotografía: Erwin Quintupill. Nueva Imperial, 13.01.10

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