jueves, 29 de marzo de 2018

IMÁGENES DE SALTAPURA


Imagen: Atardecer
Fotografía: Erwin Quintupill
Saltapura, enero 2017


Imagen: Koyam quemado
Fotografía: Erwin Quintupill
Saltapura, enero 2017


Imagen: Copiwe
Fotografía: Erwin Quintupill
Saltapura, marzo 2017


Imagen: Malaltun (Mingako de cerco)
Fotografía: Erwin Quintupill
Saltapura, octubre 2017


Imagen: Mariposa nocturna
Fotografía: Erwin Quintupill
Saltapura, febrero 2017

miércoles, 7 de marzo de 2018

ACERCA DE MIS PADRES


Imagen: Mi ñarki wenvy AKUCA
Fotografía: Erwin Quintupill (enero, 2017)

El día en que nací, mi padre biológico no estuvo a mi lado, ni se interesó por saber de mí. Fui un niño abandonado por su progenitor[1]. Mi madre biológica (no mapuche) se las arregló para criarme, de un modo semejante – supongo – a como lo han hecho/hacen miles de mujeres; pero, en algún momento la situación se le complicó y salió en busca de ayuda o mejor dicho de alguien que siguiera conmigo, sustituyéndola. La conozco y nunca me comentó la causa que la llevó a aquello; probablemente, no le aceptaron trabajar conmigo. Ella toda su vida fue empleada doméstica. La cuestión es que un día del verano del 60 llegó hasta Saltapura, en busca de mi abuela paterna, para pedirle que se hiciera cargo de mí[2]. (Al parecer, el progenitor aún no se daba por enterado). Mi abuela no quiso quedarse conmigo. Yo estaba afectado – al parecer – de sarna, porque cuenta la tía Zoila que solía llevarme (mi madre biológica) a la quinta, para echarme jugo de siete venas en los granos.

En ese contexto hicieron su aparición Juan Bautista Raguileo Lincopil y Carmela Ñancupil Lienleo. Ellos eran un matrimonio que – a ese entonces – tenían siete hijos e hijas. La menor de todos tenía ya más de cinco años… y decidieron tener un hijo más. Fueron hasta donde se estaba quedando mi madre biológica y se ofrecieron – generosamente – para hacerse cargo de mi crianza, por el tiempo que quisiera. Por eso se transformaron en mis padres.

Más o menos en ese tiempo, mi padre biológico apareció para reconocerme legalmente como su hijo. Era un hombre joven por entonces, de unos 25 años aproximadamente. Sin embargo, él contrajo matrimonio con otra persona y me veía sólo en los veranos – por unas horas – cuando se aparecía en plan de vacaciones. En esas ocasiones solía traer algunas cositas para el niño: un par de cortes de género, que mi mamá transformaba en calzoncillos y camisas, y algunos juguetes[3].

Mi madre biológica tuvo algún contacto conmigo, por medio del correo. Alguna vez me envió un par de libros: eran novelas de aventuras. También me hizo llegar un silabario, el del ojo. Recuerdo como algo excepcional una torta o algo parecido y desconozco como llegó hasta nuestra casa en Saltapura; pero, tengo la impresión de que fue un regalo de ella. Más no recuerdo; pues, nunca volvió…

Para mí, ambos padres biológicos fueron desconocidos durante mis primeros años. Cuando me enteré de sus existencias, asumí que eran mis padrinos. Mientras tanto, mis padres me criaban como a un niño mapuche: se preocupaban de mi alimentación, de mis ropas, de asearme y de darme mucho afecto. Yo, definitivamente, era el regalón. No recuerdo que me hayan golpeado o de que me hayan castigado ejerciendo violencia física. Me amenazaron con castigarme, sí; en más de una ocasión; pues, debe considerarse que siempre fui de carácter fuerte.

Como parte importante de mi educación me narraban epew y también adivinanzas. Yo pedía que lo hicieran, insistentemente. También les escuchaba hablar en mapuzugun. Siempre estaban hablando y rara vez discutían con vehemencia. Nunca les vi golpearse ni decirse groserías, ni siquiera usaban la palabra “weón”. Según ellos, era feo.

Un día de esos, consideraron que era el momento de enseñarme a escribir y a leer el castellano. Y lo hicieron. Mi hermana Miriam que empezaba a ser adolescente, se sumó con entusiasmo a la tarea. También me enseñaron los números, a sumarlos y a restarlos. Me hablaron de lo bueno del saber. Así entendí que llegar a ser considerado kimce era una meta de cualquier persona que se preciara a sí misma.

Hace 23 años que ya no están. Al día siguiente de haber sepultado a mi papá, mis hermanos se reunieron en el patio de la casa, para tomar algunos acuerdos. Me informaron que él – mi papá – dejaba ordenado que de lo que dejaba como herencia se repartiera entre todos, incluyéndome. Había dicho que si yo deseaba construir un colegio, lo hiciera en donde pensaba hacerlo. Así me enteré de que su afecto de padre iba más allá de todo lo pensado hasta entonces. Yo fui y sigo siendo su hijo, el de Juan y Carmela. Ambos me amaron infinitamente, me hicieron suyo, me dieron una identidad y un sentido de vida. Todo lo que soy se los debo a ellos, pues aunque no pudieron darme apoyo económico para que estudiara, todas mis opciones en el plano social y político están atravesados por el estilo de vida que tuvieron. Cualquier cosa que mis hermanos/as hagan o no hagan, no me los quitará de la cotidianidad. Están en mis sentimientos y pensamientos a diario, en cada logro significativo. Los demás podrán fallarles, incluso olvidarles; menos yo.



[1] Se llamó Francisco Quintupill Lienleo y falleció en 1982.
[2] Probablemente, su familia o su madre tampoco quiso o pudo hacerse cargo de un crío de año y medio de edad.
[3] Años después me di cuenta que en la fábrica en que él trabajaba acostumbraban hacer una fiesta para los niños en el día de Navidad, y entregaban juguetes como los que él me llevaba hasta Saltapura. Entonces, pensé que quizás no los compraba.

LA SIRVIENTA COMO ESCLAVA


Imagen: Saltapura, enero 2017.
(Un regalo para ellas)
Fotografía: Erwin Quintupill

La servidumbre, la sirvienta, la criada, la muchacha, la ayuda, la nana, la cholera, la gata, la mucama; a la empleada doméstica se le conoce con infinidad de nombres, despectivamente. Sin embargo es la empleada más importante, paradójicamente es la mal pagada, la explotada y la esclavizada en un modelo de sociedad que utiliza a los parias como trampolín, como escalera, como el soporte más importante para sostener la explotación de unos para beneficio de otros.

Infinidad de teorías, estudios, conceptos y definiciones se pueden escribir en tomos de tomos para justificar la existencia de la sirvienta, sin embargo este trabajo no tiene justificación alguna; es la explotación de una mujer para que otra logre el beneficio de la realización profesional y personal. Un sistema que milenariamente ha mantenido el modelo funcional a las minorías.

Gracias a que estructuralmente se le ha negado el acceso a la educación a los parias, y a las mujeres en particular, miles de niñas, adolescentes y mujeres se ven obligadas a trabajar en el servicio doméstico, situación que beneficia a muchas familias de la clase media, la burguesía y la oligarquía, a quienes en muchos casos les importa un comino la equidad y la igualdad social, porque la inexistencia de éstas las beneficia.

Y así es como vemos a feministas y a defensoras de derechos humanos que no están excluidas de este sistema y forman parte de él muchas veces adrede, porque “qué culpa tienen ellas, si ya estaba así cuando nacieron y para qué ponerse a pelear con él”. Las vemos asistiendo a conferencias, dictando seminarios sobre la equidad y los derechos de la mujer, sobre el acceso a la educación, mientras en sus casas hay otras cuidando a sus hijos, limpiando su casa, planchando la ropa, limpiando sus baños y trapeando sus pisos. Otras que gracias al sistema de explotación no gana ni el salario mínimo y carecen de beneficios laborales.

Y vemos cómo milenariamente, familias completas logran el desarrollo, la oportunidad de acceso a la educación superior, mientras otras les sirven de soporte, de piso, de almohada. Esa almohada suave que las cobija y les cuida el sueño a cambio del dolor de ser explotada, insultada, tratada como un mueble viejo, no como persona. Una sirvienta que no se cansa nunca, a la que no le duele nada, una sirvienta que no piensa, no ve, no escucha y no habla, solo cuando tiene que decir: sí, señora, sí patrona. Porque si siente, si escucha, si habla, si interactúa como persona, será despedida por abusiva, por salida, por igualada. Por eso existe la sirvienta, por eso existe el trabajo de la servidumbre, porque son tumbas que además limpian las porquerías de sus empleadores. Y si vamos más allá, también son la cama para enfriar las calenturas del patrón, sus amigos y sus hijos.

Mientras la patrona y sus hijas logran asistir a la escuela, a la universidad, desenvolverse profesionalmente, la empleada doméstica se pudre entre cuatro paredes, se pudre entre los pisos sucios y las ollas por lavar. Una empleada doméstica que también tiene sueños, que también anhela, que también siente. Una niña, una adolescente y una mujer que sueñan con asistir a la escuela, a la universidad, con cambiar de vida. Madres que tienen hijas que también serán sirvientas, muchas veces de las hijas y de las nietas de sus patronas. Una cadena de injusticia social que beneficia a unas y explota a otras.

¿Quién en sus cinco sentidos, quisiera trabajar de sirvienta en lugar de tener acceso a la universidad y realizar sus sueños? ¿Quién cambiaría un escritorio de universidad por un cepillo de lavar baños? ¿Quién cambiaría un salario justo por la explotación de no tener derechos laborales? Con esto no quiero decir que el trabajo del hogar corresponda exclusivamente a la mujer, no se trata de alimentar estereotipos. Aquí el punto es otro.

Y vemos a través de la historia del tiempo el avance que ha tenido la mujer, como género, cuando se coloca en el foco a las profesionales que han salido del hogar para desarrollarse profesionalmente, pero quedan en la oscuridad las miles de parias que son el soporte en la invisibilidad de la explotación. ¿Existe realmente el avance en derechos de género? Tal vez para unas, dependiendo de su condición social. Porque el paria, será paria en cualquier lugar.

Y vemos doctoras, ingenieras, docentes, periodistas, feministas, artistas, deportistas de alto rendimiento, empresarias muy exitosas y reconocidas por su humanidad y la excelencia en su trabajo, con éxito logrado por esfuerzo propio… y el soporte de una niña, adolescente y mujer que no pudo desarrollarse porque su condición de paria la obligó a trabajar en la servidumbre. ¿Injusticias de la vida, del sistema? ¿Cómo una mujer puede desarrollarse profesionalmente, hablar de humanidad y luchar en teoría por los derechos de género teniendo a una empleada doméstica en su casa? ¿Cosas del feminismo burgués? ¿Cosas del aprovechamiento del sistema? ¿Cosas de doble moral?

Y como sabemos que en los males de la sociedad el del servicio es perenne, es también urgente que se dicten leyes que las beneficien laboralmente. Que estas mujeres tengan derecho a un salario justo, a vacaciones pagadas, bonos de los que gozan los empleados de cualquier empresa. A reposo por los días de enfermedad, a servicio médico. A horario de entrada y salida con horas extras. Que tengan todos, todos los beneficios laborales. Es lo mínimo que se puede hacer con personas tan importantes en la sociedad. Y es urgente también que deje de existir la explotación infantil, estas niñas y adolescentes no deberían estar trabajando en casas, deberían estar estudiando.

¿Qué sucedería con estas  mujeres profesionales el día que quede abolido el trabajo de la servidumbre? ¿Se organizarán en casa con sus familias y ellos mismos limpiarán su propia mierda? Dudo que esto llegue a suceder, porque de la servidumbre se aprovecha el perro y el gato, ¿y quién en su sano juicio quiere perder privilegios? Ojalá, algún día, en la memoria familiar y en la memoria colectiva se recuerde a quienes desde las sombras fueron el soporte para el desarrollo de tantas mujeres a través del tiempo.

Ilka Oliva Corado
Punto Final N°891.

UN TIEMPO PELIGROSO


(Ricardo Candia Cares)

Con sobrado derecho el pueblo debe sentir el temor que genera la derecha.

Cuando Sebastián Piñera sea ungido por segunda y vergonzosa vez por la primera mujer presidenta, luego de su segundo, innecesario y lamentable periodo presidencial, se oficializará una mala noticia para la gente abusada.

Para los trabajadores y el pueblo en general, la derecha desde siempre es un riesgo que es mejor evitar. Los poderosos son enemigos de todo lo que huela a pobre y esa verdad, curiosamente, se tiende al olvidar con el paso del tiempo. O tiende a ser relativizada por algunos que apuestan a la amistad cívica que lo resuelve todo. Y por sobre todo, se tiende a olvidar al pobre.

Pero la derecha siempre ha sido un peligro.

Y va a respetar la ley solo y siempre que no llegue el momento en que sus intereses sean amenazados. En ese caso, hará saber su odio a cuanto huela a democracia, a ley, a Estado de derecho. Del mismo modo hará saber su concepto de libertad, utilizado según sea si coincide o no con sus creencias y convicciones. Todo el resto es digno de su persecución despiadada.

En la historia de Chile esas volteretas que ha dejado al descubierto la real cara antidemocrática de la derecha, han costado decenas de miles de muertos. Y un sufrimiento que no se puede llevar a escalas numéricas. Y en la historia de América Latina, el concepto de democracia de la derecha ha dejado un saldo de centenares de desaparecidos y asesinados, torturados y desplazados.

Para ser honestos, en nuestro país hace más de un cuarto de siglo que vivimos en peligro por mucho que la cosa se vea aderezada por rasgos democráticos. En este lapso ha dominado una trenza entre la derecha más abyecta y la coalición que se hizo cargo de transitar desde la dictadura uniformada, a la cosa extraña que es esta forma de democracia, la que en el tiro que mata, el palo que tortura y la economía que atrapa, no dice mucho de la diferencia.

Jamás ha estado claro el límite entre lo que dejó la dictadura y lo que administró con mano precisa la Concertación/Nueva Mayoría. Ha sido una frontera movediza. Cierto que no hay cárceles clandestinas, ni vuelos de la muerte, ni Opalas polarizados que causan terror. Pero la aplicación de los programas de gobierno Concertación/Nueva Mayoría, ¿ha sido suficiente para un pueblo que pagó el mayor costo durante la dictadura?

Se intenta buscar un legado para identificar a Michelle Bachelet. Se habla, ella misma lo hace, de un país más justo, más humano y con mayores derechos para la gente. ¿Habrá que agradecer las migajas que han repartido? ¿Habrá que agradecer el sueldo mínimo que mantiene a los trabajadores viviendo en la pobreza luego de trabajar 45 horas diarias? (sic) ¿O debería hacerse patente el contento de los viejos que jubilan con pensiones de vergüenza? ¿Habría que celebrar un sistema escolar quizás el peor del mundo? ¿O un sistema de salud que enferma? ¿Tendrían que estar felices los deudores del CAE? ¿Ha habido la intención siquiera de justicia real, reivindicación y reparación para las víctimas de la dictadura?

Los resultados de las elecciones pasadas demuestran que la derecha tuvo la sabiduría de dejar que otros hicieran por ella lo que era necesario para sostener el legado de la dictadura sin que pareciera así. Esa obra de arte de la política hizo lo suyo y llegó a su fin.

Ha quedado claro que una cosa es el gobierno y otra muy diferente es el poder.

El pueblo castigado no puede  sino esperar un proceso de reapriete que apuntará a castigar aún más, restringir, prohibir y por sobre todo reprimir. El propósito estratégico de esta avalancha ultraderechista será cortar las alas a los movimientos sociales utilizando todas las formas de lucha, en especial su arma favorita: las leyes.

La derecha jamás pierde el norte. Siempre ha sido capaz de poner sobre la mesa sus intereses, relegando a un segundo plano las diferencias que puedan tener entre ellos. Y por sobre todo, sabe quién es el enemigo. Y será por costumbre cultural, o por algún gen, el caso es que siempre sabe que esos que reclaman y exigen y patalean, son el enemigo y que se ven muy nítidos más allá de la mira.

Punto Final N° 893. Enero de 2018.