jueves, 25 de agosto de 2016

ESCÚCHAME, SOY VÍCTIMA DE TRATA



Ilka Oliva Corado

Cuando vivía en Guatemala escuché decir a una madre de familia, refiriéndose a una jovencita que trabajaba como mesera en un bar (en Guatemala se le llama bares a centros nocturnos parecidos a las cantinas, donde también se ofrece el servicio sexual; también son llamados prostíbulos) y había tenido tres hijos de distinto padre: “Esa está ahí porque es una puta y le gusta el pico”.

Las  mujeres que participaban de la conversación, todas madres de familia casadas por la Iglesia y por todas las leyes, secundaron el comentario y también despotricaron contra la jovencita, a la que cuando miraban saludaban amablemente de beso y abrazo y llamaban sobrina. Yo que no me puedo quedar callada ante injusticias así, pregunté: ¿Y ustedes no son putas y no les gusta el pico? “Pero es aparte, nosotras estamos casadas, somos mujeres de la casa”, ¡Todas somos putas, casadas o no!

La jovencita había emigrado de su pueblo natal a la capital para trabajar como empleada doméstica. En su pueblo se había enamorado de un patán que cuando la embarazó huyó cobardemente, cuando ella tenía 15 años. Sus padres la echaron de la casa. Con un hijo que mantener, se fue en busca de trabajo. En el camino, sola, sin conocer a nadie en la capital, deprimida, angustiada, cayó en una de esas redes de trata que la engañó ofreciéndole techo y comida, aparte de un trabajo; fue a dar a un bar. Conocidos decían que la habían visto trabajando como sexo servidora y no como mesera. “No estaba a la fuerza”, porque ella salía y viajaba a su pueblo a ver a sus hijos. La suya era una modalidad de esclavitud sexual común en el mundo.

Pregunto, ¿qué hacían metidos en un bar hombres padres de familia, casados? ¿Y encima alardeando con sus esposas, sobrinos e hijos sus andanzas en bares?

Un buen día cuando mi hermano se empezó a desarrollar llegó mi papá con sus once ovejas, le dijo que se alistara porque lo iba a llevar a un bar para que se hiciera hombre; mi hermanito tendría unos 12 ó 13 años. Mi padre lo dijo tan quitado de pena[1] enfrente de su esposa y sus hijas, como si de comida hubiese estado hablando. Mi mamá y mi hermana mayor no dijeron nada, la que brincó fui yo: ¡Pues entonces también llévame a mí para que me hagan mujer! ¡Sobre mi cadáver te llevas a mi hermano a violar niñas! Aquello fue una discusión en la que mis papás terminaron gritándome ¡loca de mierda! No sé si mi papá llevaría en el transcurso de los años a mi hermano “a que se hiciera hombre” a un bar. Solo ellos lo saben.

Los hombres de mi familia, contando desde mi abuelo hasta mis primos (imagino que mi hermano también aunque se niegue a aceptarlo) desde que tengo memoria visitan bares, y ha sido aceptado y visto como normal por las mujeres de mi familia que, como salvedad dicen: "El hombre es de una de la puerta de casa para adentro, de la puerta de la casa para afuera es de la calle, como que no nos peguen enfermedades es todo”. Es por eso que la mayoría tiene hijos fuera del matrimonio (a los que no reconocieron, por supuesto) un número de amantes y visitas habituales a los bares, a donde van a dejar buena parte del salario a fin de mes.

El otro día estaba en una reunión social y conversaba con un grupo de hombres que se llaman a sí mismos revolucionarios y que se saben la historia política del continente de memoria, y que se dicen muy fidelistas, chavistas y guevaristas; al finalizar, se despidieron porque iban todos para un bar y no querían llegar tarde “porque si no otros le ganaban a las jovencitas nuevas que llegan cada sábado”. ¿Es de vómito, verdad?

Podría poner mil ejemplos, y sé que ustedes también como lectores tienen miles de ellos. La trata existe porque somos nosotros la sociedad que la consume. En este artículo hablo expresamente de la trata con fines de explotación sexual, pero también existe con fines de explotación laboral y tráfico de órganos. Y somos insensibles ante esto, que debería ser nuestra mayor vergüenza como Humanidad, porque con las víctimas no existen lazos de sangre. Porque no son nuestras hijas, hermanas, amigas, madres. Porque somos egoístas y creemos que solo es importante quien está dentro de nuestra burbuja y zona de confort. Porque no hemos entendido aún que este mundo no va a cambiar si no cambiamos nosotros. Porque la indolencia y la perversidad nos corroe. La mojigatería y la deshumanización se han apoderado de nosotros (cuando nos conviene).

¿Qué sociedad permite la existencia de bares y casas de citas? ¿Qué sociedad permite la existencia de redes de trata con fines de explotación sexual, laboral y tráfico de órganos? Somos nosotros quienes lo permitimos, somos la sociedad de consumo. Unos por hacer y otros por callar. ¿Qué haríamos si un día en cualquier circunstancia nos encontramos con un niño, niña, adolescente o mujer que nos diga: Ayúdame, soy víctima de trata?

En: Revista Punto Final Nº 858.

LA CHICA MELINAO
(Salvador Mariman – Temuco)

Hoy temprano en la mañana desperté
y el olor a soledad rondaba en mi ventana,
seis de la mañana,
la chica Melinao en la esquina embarazada.
Su sueldo varía según miércoles o fin de semana,
los feriados por lo general no se le ve;
cuentan que ya no celebra el We Xipantü
porque su familia se avergüenza de volverla a ver.
Ella tenía sueños y estaba cansada de su vida en el lof,
quería ser independiente
y tener una vida más allá del matrimonio.
A ella le molestaba el barro, el frío
y tener que levantarse en la mañana a alimentar a los chanchos;
cuando había visita ella no hablaba,
pero tenía que estar cerca del padre para llenarle el mate.
Sola, lejos de la vida,
la chica Melinao es fuerte,
duerme en el día y de noche un taxi la viene a buscar,
no conoce el amor y mañana hará un aborto
pues sabe que en su vida la comida no alcanza para dos,
no alcanza.

En: Mariman, Salvador. Extiendo mis alas a pesar del largo invierno. Kolectivo We Newen, 2009.





[1] Pena: vergüenza.

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