viernes, 8 de mayo de 2009

Wixal y yo




Fue en el verano de 1989 cuando me enfermé de los pies y hube de quedarme en cama por un par de semanas. Fue en Saltapura, durante mi primer regreso definitivo. Estuve unos cuantos días dedicado a mejorar mi ortografía y cuando se me agotó el material, sentí que debía buscar algo que hacer para no aburrirme y aprovechar mejor ese tiempo de reposo obligatorio. Mis pies aún no estaban en condiciones de apoyarme.

Junto a mi cama estaba un saco conteniendo muchos ovillos de lana hilados y teñidos por mamá. Ella, iba y venía desde la cocina al patio, a la huerta, el gallinero, la quinta y el sitio en que yo permanecía. Recordé viejos momentos de mi infancia con ella trabajando en el wixal, mientras yo jugaba por el patio de antes y a lo lejos me acercaba para hacerlo con sus materiales recibiendo uno que otro golpe suave con el gvrewe. Vi el saco con lanas y sin nada más que hacer me propuse el intento de urdir como había visto años atrás. Nada dije a nadie. Escondido en el dormitorio y metido entre las frazadas tejidas por ella, me dediqué a urdir en un pequeño marco que casualmente había encontrado. Todo se dio.

Al principio, logré puros garabatos y ningún diseño reconocible; pero, sí quedé seguro de que podía reproducir los distintos modos de urdir que existen. Pronto mejoré y salí al campo a trabajar con mi papá. Uno de esos días mientras desyugaba los bueyes, una de mis hermanas –sonriendo con picardía me gritaba desde el patio que había dejado una embarrada. Entrando a la cocina me adelanté al rostro severo de mi madre que me reprendía por haberle destruido su tonon[1]. Yo no lo sabía, pensé que se trataba de cualquier lana. Esa fue mi primera lección.

El tiempo pasó y le encontré sentido a esto del wixal. Fue naciéndome un sentimiento de admiración por mi madre, por mi abuela y tantas otras mujeres que mantienen la tradición de los diseños. Desde una nueva mirada, me propuse aprenderlos. Fue difícil, no tuve maestra ni maestro. Cada vez que divisaba un diseño desconocido por mí lo dibujaba rápidamente en cualquier papel y después me dedicaba a dibujarlo en el telar, hasta conseguirlo. Lo mismo ocurría con las fotografías que divisaba en diarios, revistas y libros.

Por eso Loreto se acercó a mí y me pidió que le confeccionara su xariwe. Le correspondía a su madre haberlo hecho o haber buscado quien lo hiciera; pero, eso debió ser cuando ella se aproximaba a la pubertad. Ahora Loreto – mi “ñiña” – ha pasado los 20 y tantos y decide por sí misma.
[1] Tohoh (tonon): es una hebra de lana torcida al revés. Para su confección, dijo mi mamá, se elije una lana firme y fibrosa, y cuando ya está lista se la pasa por el fuego para quitar las pequeñas fibras que sobresalen; de ese modo, no molestarán durante el trabajo de tejer en el wixal.

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