“Es preciso decir que el perdón hecho, solicitado o propuesto recientemente es muy importante en el plano simbólico, pero, éste vale bastante poco si no va acompañado del respectivo resarcimiento, tal cual lo establecen instrumentos internacionales de derechos humanos que Chile ha ratificado o adherido…”
Por Mario Ibarra.
Un proverbio nigeriano dice: “Si los leones tuvieran sus propios historiadores, las hazañas que cuentan los cazadores serían diferentes”.
Hace pocos días, el diario “El Mercurio” (19/03/2014) publicó una carta de un historiador (Premio Nacional de Historia), donde se pueden leer referencias directas a un discurso pronunciado por el Sr. Intendente de la IX Región en el cual, esa autoridad, fijaba su “carta de navegación” y –entre otros asuntos– planteaba la necesidad de pedir perdón al pueblo mapuche.
La parte medular de la antedicha misiva está arrebujada en el siguiente párrafo: “Hay que conocer la historia. Los araucanos [sic] poseían vastas extensiones de tierras y utilizaban cortos espacios junto a las rucas. Para la nación chilena era un desperdicio que debía ser superado. La incorporación de La Araucanía fue un éxito, no obstante la existencia de bolsones atrasados, debido a defectos ancestrales […]”.
Sin hacer referencias a entelequias anteriores de la misma autoría, pero –para no arriesgar vómitos, arcadas y nauseas– es conveniente advertir que sería bastante osado engullir la forma de “conocer la historia”, “el desperdicio”, “la incorporación”, el “éxito”, los “bolsones atrasados” y los “defectos ancestrales” que descuellan de los 277 caracteres utilizados en la construcción del párrafo citado.
No es fisgón notar que la lengua enjaulada por Nabrija, domada por Cervantes y cabalgada por Neruda, como sinónimos para historiador nos proponga: analista, archivero, cronista, narrador, escritor y ensayista; y, para historia, en la primera acepción nos diga: “narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria, sean públicos o privados”, pero, en la séptima y octava acepciones, precisa que historia también significa “narración inventada” y “mentira o pretexto”.
Leyendo los pasajes pertinentes de la carta del galardonado historiador, en lo que respecta a la ocupación del territorio mapuche, todo parece indicar que su concepto primigenio de ese período está enraizado (o se quedó enredado) en las séptima y octava acepciones. La “Pacificación de la Araucanía” fue una guerra, dirigida por el Ministerio de la Guerra, concebida, conducida e implementada por militares y consignada en partes e informes de guerra.
Todos los conflictos, guerras, peleas, escaramuzas, etc., paren dos historias: aquella escrita por los ganadores y esa que queda almacenada en la memoria de los derrotados y que se trasmite de generación en generación. Las dos existen, a veces coinciden (fechas, nombres, lugares, etc.) y generalmente están absolutamente divorciadas (específicamente, en sus dimensiones humanas); lo anterior, en ningún caso, situación o circunstancia significa que el historiador está compelido a buscar términos medios.
Existe una discordancia que es primordial, pues, la historia escrita por los ganadores (o los que se sienten identificados con la victoria) tiene que negar hechos o buscar argumentos para justificarlos, disminuir y/o relativizar los efectos de algunas acciones y tapar algunas críticas o desacuerdos que pueden haber surgido en el momento o, inmediatamente, después.
Así, un análisis acucioso de los documentos de la época de la “pacificación” nos muestra los parches, los remiendos, los “vuelos rasantes” y las lecturas inicuas que los “historiadores modernos” tienen que hacer para justificar cuantiosos hechos atroces y disimular muchos actos “dignos de memoria” por brutales e inhumanos.
Sin menospreciar ni, mucho menos, negar la historia acopiada en la memoria de los derrotados, en los tres párrafos que siguen se intenta formular una pregunta para saber cómo los “historiadores modernos” y sus seguidores explican las afirmaciones y los hechos allí consignados.
La táctica del coronel Cornelio Saavedra (autor e implementador del plan de “pacificación”) era obligar a los mapuche “[…] a permanecer en una vida errante i agotar sus recursos, sirviendo al mismo tiempo de freno, para que las tribus que aun permanecen indecisas, no se sumen a los rebeldes, para evitar los males de la guerra, lo cual se les ha prevenido ya”. Y, el general Manuel Pinto (en la Memoria de 1869) complementaba diciendo: “[…] las dificultades que se tropieza a cada paso en una guerra tan escepcional, hacen imposible terminarla en un corto espacio de tiempo, i justifican el sistema de privar a los [mapuche] de sus recursos […] como el único medio de traerlos a la paz”.
En 1881, las instrucciones para la pacificación, entre otros asuntos, decían: “Los jefes de las respectivas divisiones deben tener presente que el único objetivo es hacer desaparecer esas tribus i que, por consiguiente, se las debe hostilizar en todo sentido, es decir, tomándoseles sus animales, destruyéndoseles sus casas i aprisionándoles sus familias i no dándoles cuartel a los que resisten”. (diario “El Araucano”, 31/05/1881).
La “campaña del Ñielol” comenzó el 22/04/1881, los partes de guerra dicen que las tropas “durante 12 días persiguieron a los [mapuche], quemaron más de 500 rucas, mataron a los principales caciques y numerosos conas, tomaron prisioneros a 70 hombres y un número considerable de mujeres y niños, y arrearon 800 animales vacunos y caballares, 600 de estos animales fueron rematados en Traiguén”. A propósito de dicha campaña, el diario “El Araucano” (08/05/1881) escribe: “El resultado de la expedición del Ñielol ha sido verdaderamente terrible para la raza indígena que allí había. Muy pocos ñielolinos cayeron en manos de las divisiones, pero, en cambio, se les dejó en un estado lamentable. No tendrán con qué alimentarse, ni un techo para guarecerse de la intemperie; no perecieron por el plomo, pero sucumbirán por falta de alimento y abrigo”.
Con respecto a la situación de la parte derrotada se ha escrito que: “Existe un curioso documento publicado en 1894 en Santiago, a poco más de diez años de terminada la pacificación. Es el ‘Manifiesto para explicar al público una solicitud presentada al Excelentísimo Presidente de la República señor don Jorge Montt por todos los caciques del Departamento de Osorno’, folleto de 32 escasas páginas y modesta tipografía”. (JARA, Álvaro, “Legislación indigenista de Chile”, Instituto Indigenista Interamericano, México, 1956, pág.18).
El “curioso” texto, en una de sus partes dice: “En la reducción de Rumehue y varias otras, nuestros perseguidores para arrebatarnos nuestros terrenos incendiaban casas, ranchos, sementeras; sacaban des sus viviendas por la fuerza a los moradores de ellas, los arrojaban a los montes y en seguida les prendían fuego, hasta que muchos infelices perecían o quemados vivos, o muertos de frío o de hambre. Jamás en país alguno podrá imaginarse que esto se ha hecho un sinnúmero de veces, vanagloriándose un individuo en la actualidad de haber incendiado siete veces el rancho de una pobre familia […]” (JARA, Álvaro, op.cit., p.18)
“¿Cuál era el complemento de este bandidaje? La respuesta la proporciona el mismo escrito ‘… se sustraen los expedientes de los juzgados, saltean a los correos, violan la correspondencia, ponen en las administraciones o estafetas a personas interesadas en los asuntos, y de un modo o de otro, consiguen lo que quieren. Se repite esto millares de veces, se hacen procesos de apariencias, después todo queda encubierto’. Y concluyen con amargura: ‘¿Qué civilización es esta?’”. (Ibídem).
Es oportuno destacar que la jácara que pretende trasmitirnos el laureado historiador (que, al parecer, no leyó los partes de guerra ni las memorias de los jefes militares que dirigieron la “exitosa incorporación” de La Araucanía”), nos invita a recordar una canción –de fines de los años sesenta o principios de los setenta del siglo pasado y que versaba sobre la televisión– que dice: “La ‘tevé’ nos enseña/ cómo ganamos los blancos/ contra los indios canallas/ que no quieren dar sus tierras/ a cambio de unas medallas”.
Finalmente, es preciso decir que el perdón hecho, solicitado o propuesto recientemente es muy importante en el plano simbólico, pero, éste vale bastante poco si no va acompañado del respectivo resarcimiento, tal cual lo establecen instrumentos internacionales de derechos humanos que Chile ha ratificado o adherido.
http://mapuexpress.org/los-mapuche-entre-historias-y-perdones/
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