El peñi
Eliseo Cañulef, publicó en su cuenta Facebook el siguiente relato. Dice que está
preparando un libro. Digo que si los demás van a ser de este mismo tono…Tremendo
libro va a ser.
La
Directora de la Escuela Fiscal Nº 11 de Pichilcura era católica apostólica
romana, cruel, discriminadora racial y vengativa. Y ejercía en plenitud esas
cualidades en su didáctica cotidiana de modo que en cuarto preparatoria con mis
compañeros de sala que éramos huilliches
habíamos aprendido a tenerle el mismo miedo a ella a Dios y suficiente terror
al diablo, aunque no habíamos aprendido las cuatro operaciones ni a leer en voz
alta ni en voz baja, claro que por culpa de la raza inferior a la que pertenecíamos
según lo había declarado ella varias veces.
Hasta que
llegó a hacerse cargo de nosotros la señorita Marta Alvarado Pacheco que venía
saliendo de la Escuela Normal de Victoria premunida de poderosa didáctica. En menos
de cinco meses me enseñó las cuatro operaciones y a lee r sin destrincar (de
corrido) y en ese mismo lapso aprendí a amarla para siempre. Comenzó cuando nos
obligaba a enderezar la fila en el patio. Como yo era el más pequeño del curso
me ponía adelante y ella apegaba a mi frente su pecho y estiraba sus brazos
para que los demás se guiaran por la línea imaginaria que salía de sus dedos
para armar una fila bien recta como a ella le gustaba. En esa operación bendita
de geometría milagrosa mi frente quedaba atrapada entre sus dos senos pequeños
suaves y olorosos a perlina, de modo que en cada rectificación de fila ella
entera se me fue metiendo al pecho por el olfato hasta que un día se quedó
dormida en el bolsillo grande de mi corazón y tuve que llevármela a la casa,
andarla trayendo mientras rodeaba las ovejas en la loma del maqui blanco, todo
el raro que estuve aporcando las papas en la huerta, lo que me demoré en ir a
lavarme los pies en el estero y todavía la tuve que llevar a mi cama después de
la cena. Amanecí con ella, lo supe apenas me desperté por el olor a perlina que
había en la funda de bolsa harinera de la cabecera. Y así fueron todos los días
en adelante.
Pero fue
en noviembre cuando tuve la certeza de que la querría para siempre. El día del
paseo a la exposición agrícola y ganadera de Osorno a las nueve de la mañana
estábamos ya todos los del curso arriba del camión cuando la Directora empezó a
urgir a la señorita Marta para que nos fuéramos, pero ésta dijo que faltaba un
alumno. Era el Trauco Catalán, uno de los que vivía más lejos y el amigo que más
había demostrado quererme en las buenas y en las malas. Cuando la Directora
supo quién era el que faltaba montó en cólera y ordenó a la señorita Marta que
no lo esperara porque ese indio salvaje casi le hace perder un ojo a su hijo
menor la semana anterior tirándole tierra a la cara por lo que no tenía derecho
a ir al paseo. Pero la señorita Marta se le fue en collera y le recordó que el
niño ya había sido apaleado en las pantorrillas con una vara de mimbre por la
propia Directora el mismo día en que cometió la falta y por lo tanto no era
justo darle un castigo adicional, y le
dijo además que como era uno de sus alumnos y todavía era temprano lo esperaría
un poco más. la Directora se puso de todos los colores y miró a la señorita con
furia, pero ella le sostuvo la mirada y no se subió al camión hasta que llegó
el Trauco jadeando por la tremenda carrera que se mandó desde la cumbre de la
loma cuando vio el camión listo para partir al pueblo.
De:
Remembranzas de Antes y de Ayer. Eliseo Cañulef Martínez.
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