sábado, 18 de mayo de 2013

EL PODER DE LA DIDÁCTICA

El peñi Eliseo Cañulef, publicó en su cuenta Facebook el siguiente relato. Dice que está preparando un libro. Digo que si los demás van a ser de este mismo tono…Tremendo libro va a ser.


La Directora de la Escuela Fiscal Nº 11 de Pichilcura era católica apostólica romana, cruel, discriminadora racial y vengativa. Y ejercía en plenitud esas cualidades en su didáctica cotidiana de modo que en cuarto preparatoria con mis compañeros de sala que éramos  huilliches habíamos aprendido a tenerle el mismo miedo a ella a Dios y suficiente terror al diablo, aunque no habíamos aprendido las cuatro operaciones ni a leer en voz alta ni en voz baja, claro que por culpa de la raza inferior a la que pertenecíamos según lo había declarado ella varias veces.

Hasta que llegó a hacerse cargo de nosotros la señorita Marta Alvarado Pacheco que venía saliendo de la Escuela Normal de Victoria premunida de poderosa didáctica. En menos de cinco meses me enseñó las cuatro operaciones y a lee r sin destrincar (de corrido) y en ese mismo lapso aprendí a amarla para siempre. Comenzó cuando nos obligaba a enderezar la fila en el patio. Como yo era el más pequeño del curso me ponía adelante y ella apegaba a mi frente su pecho y estiraba sus brazos para que los demás se guiaran por la línea imaginaria que salía de sus dedos para armar una fila bien recta como a ella le gustaba. En esa operación bendita de geometría milagrosa mi frente quedaba atrapada entre sus dos senos pequeños suaves y olorosos a perlina, de modo que en cada rectificación de fila ella entera se me fue metiendo al pecho por el olfato hasta que un día se quedó dormida en el bolsillo grande de mi corazón y tuve que llevármela a la casa, andarla trayendo mientras rodeaba las ovejas en la loma del maqui blanco, todo el raro que estuve aporcando las papas en la huerta, lo que me demoré en ir a lavarme los pies en el estero y todavía la tuve que llevar a mi cama después de la cena. Amanecí con ella, lo supe apenas me desperté por el olor a perlina que había en la funda de bolsa harinera de la cabecera. Y así fueron todos los días en adelante.

Pero fue en noviembre cuando tuve la certeza de que la querría para siempre. El día del paseo a la exposición agrícola y ganadera de Osorno a las nueve de la mañana estábamos ya todos los del curso arriba del camión cuando la Directora empezó a urgir a la señorita Marta para que nos fuéramos, pero ésta dijo que faltaba un alumno. Era el Trauco Catalán, uno de los que vivía más lejos y el amigo que más había demostrado quererme en las buenas y en las malas. Cuando la Directora supo quién era el que faltaba montó en cólera y ordenó a la señorita Marta que no lo esperara porque ese indio salvaje casi le hace perder un ojo a su hijo menor la semana anterior tirándole tierra a la cara por lo que no tenía derecho a ir al paseo. Pero la señorita Marta se le fue en collera y le recordó que el niño ya había sido apaleado en las pantorrillas con una vara de mimbre por la propia Directora el mismo día en que cometió la falta y por lo tanto no era justo darle un castigo  adicional, y le dijo además que como era uno de sus alumnos y todavía era temprano lo esperaría un poco más. la Directora se puso de todos los colores y miró a la señorita con furia, pero ella le sostuvo la mirada y no se subió al camión hasta que llegó el Trauco jadeando por la tremenda carrera que se mandó desde la cumbre de la loma cuando vio el camión listo para partir al pueblo.


De: Remembranzas de Antes y de Ayer. Eliseo Cañulef Martínez.

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