Este
cuento me fue narrado por Andrea Raguileo, mi sobrina que vive en Nueva Imperial
y que se crió junto a mis padres –sus abuelos-, en 1992.
Trata
la historia de un príncipe encantado, que presenta la forma de un culebrón y
que salva de la ceguera con ayuda de una maci (machi). Estamos entonces, ante
un cuento de origen no mapuche, pero adaptado -parcialmente- a nuestra visión.
Son muchos los cuentos de origen no mapuche que nuestros padres
utilizaron/utilizan para entretenernos y orientarnos en la vida.
Hay cuestiones
curiosas como el título que Andrea me dio, pues con ese lo aprendió de su tía
Isabel; pero, durante la narración no se menciona la palabra aquella, sino la
de culebrón.
Lo
demás es propio de los cuentos europeos que nos llegaron con los españoles: el
príncipe, la princesa, el rey, el hallazgo del niño-culebrón, los obstáculos
para conseguir un objetivo.
LA VÍBORA[1]
Se
trata de un viejito y de una viejita que vivían solos, y que no tenían hijos.
Un día, el viejito - que andaba en el campo - escuchó un llanto de guagua.
Buscó y buscó, hasta que la encontró; pero, se trataba de un culebrón que
lloraba como guagua. El viejito se lo llevó para la casa, y allá - con su
viejita - lo criaron.
El
culebrón empezó a crecer, y como si fuera un niño, también aprendió a hablar.
Cuando ya era grande, el culebrón le dijo un día a su papá que se quería casar,
y que quería que fuese a pedirle la mano de su hija al rey.
El
viejito y la viejita se entristecieron, porque no habían pensado en eso; pero,
como el culebrón insistió, al final el viejito fue donde el rey a pedirle la
mano de la princesa para su hijo culebrón. El rey se enojó, porque lo vio tan
pobre. Que ¡cómo su hija iba a casarse con el hijo de un hombre tan pobre! Así
que le dijo que bueno; pero, con la condición de que le transformara las
paredes que rodean el palacio en oro.
El
viejito se regresó triste y le dijo a su hijo lo que había pasado. El culebrón
le dijo que no se preocupara, y al otro día las paredes aparecieron convertidas
en oro. Entonces, el rey, dijo que no era suficiente, que ahora tenía que
transformar a todo el palacio en oro. El viejito volvió triste otra vez; pero,
el culebrón le dijo de nuevo que no se preocupara. Al otro día el palacio
apareció convertido en oro. Pero, el rey dijo que no era suficiente, que tenía
que convertir toda la quinta en oro, los árboles y los frutos incluidos.
Apareció la quinta convertida en oro. Entonces, el rey no pudo seguir poniendo
obstáculos, así que aceptó dar la mano de su hija.
Se
preparó el casamiento. Los viejitos estaban tan preocupados, porque pensaban en
lo que ocurriría cuando supieran que su hijo era culebrón. El día del
casamiento llegó el culebrón y toda la gente se asustó. La mamá de la princesa
le decía que ¡cómo se iba a casar con un culebrón! Todos le decían lo mismo.
Pero, la princesa dijo que se casaba, no más. Le dijo a su papá que si habían
hecho el compromiso había que cumplirlo.
Así que
el cura, todo asustado, les casó, y cuando dijo que el novio podía besar a la
novia, el culebrón se enrolló en la princesa, y al momento de besarla, se
convirtió en príncipe. Nunca antes habían visto a un príncipe más hermoso que
ese.
Ahí
quedaron todos contentos, y los príncipes se fueron a vivir al palacio. Pero,
cuando se transformó en príncipe, el culebrón perdió la piel. El príncipe dijo
que guardaran la piel, y le encargó a la princesa que nunca le hiciera nada,
que tenían que mantenerla. Pero, un día, después de mucho tiempo, la princesa
estaba aburrida con la piel, así que la echó a la chimenea: Se quemó.
El
príncipe se enfermó: quedó casi ciego. Se convirtió en paloma y así llegó a la
casa de los viejitos (sus papás). La princesa le salió a buscar, y cruzó un río
para pasar donde una maci[2]
para pedirle un remedio. Ella se lo dio. Con ese remedio llegó a la casa de los
viejitos, y encontró al príncipe ciego. Entonces, ella le echó el remedio en
los ojos, y de a poco, el príncipe volvió a ver.
Después
regresaron al palacio y allí vivieron.
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