Hace no
mucho descubrí un libro viejo, editado el año 2000; pero que – al parecer – no
ha gozado de mucha difusión. Sin embargo, sé que se encuentra en las
Bibliotecas de los Centros Culturales Municipales, o sea, que a si usted le
interesa enterarse o proveerse de algunos argumentos para defender nuestra
causa, pues, puede acercarse a una de ellas.
Se
trata de Medio milenio de discriminación al Pueblo Mapuche, de Luis
Vitale. Es un ensayo que presentó a un concurso que ganó entre otros también
notables, al decir de la nota de El Jurado que aparece en la contraportada. Se
trata del Premio Alerce “Oreste Plath” (1999), entregado por la Sociedad de Escritores de
Chile.
Se
inicia este ensayo con una presentación breve y enseguida sus partes o –
¿podríamos llamar? – capítulos.
I Los primeros Mitos: En él se refiere al denominado
descubrimiento de América, como un mito creado por los “colonialistas ibéricos” con el propósito de “encubrir” la historia. Dice en uno de sus párrafos “Colón no descubrió nada, como tampoco los
portugueses, franceses, ingleses y holandeses descubrieron las culturas
primigenias de Asia, África y Australia. Si posteriormente se inventó el mito
de que los europeos “descubrieron” América y otros continentes fue por una
razón recargada de ideología para justificar la conquista.
II Los orígenes de la Cultura Mapuche.
III ¿De qué Día de la Raza nos hablan?: otro mito al decir de Vitale “fabricado en función de los intereses
expansionistas de Europa” con el propósito de “establecer la superioridad de la raza blanca sobre la indígena y negra”.
IV Un intento por minimizar la trascendencia
de la guerra de resistencia del pueblo mapuche. En esta sección hace mención a la corriente
historiográfica que asegura que durante los tres siglos de confrontación a
España, en realidad no hubo tal, sino más bien largos períodos de coexistencia
pacífica. Vitale expone una serie de sucesos que demuestran lo contrario, con
cita a diversos autores.
V La llama “Pacificación de la Araucanía ”. Expone aquí con datos
documentados el por qué “Este proceso, ()
no tuvo nada de pacífico”.
VI El despojo de las mejores tierras. Expone aquí las consecuencias
que tuvo la derrota de nuestros antepasados contra el Estado chileno y su
ejército. Ésas son las que vivimos o padecemos en la actualidad.
VII El proceso de radicación, las leyes
indígenas y la parcelación de las tierras comunitarias. Se refiere al proceso de
radicación, sus consecuencias, y a otros muy importantes de conocer por
cualquier peñi o lamgen joven, para de ese modo documentarse y “tener tema” a
la hora de hablar de nuestra condición mapuche. Entre ellos, sucesos
acontecidos en los años 20 y 30 del siglo pasado, las primeras organizaciones
mapuche en los centros urbanos, la proclamación de la República Indígena
en 1932, el rol de algunas mujeres mapuche, los gobiernos radicales,
planteamientos de la CUT
(de Clotario Blest)…, la
Reforma Agraria de los años 60, el gobierno de Allende, el
golpe militar y el decreto 2568. Al final hace un breve comentario acerca de
los datos mostrados por los censos.
VIII Una voz mapuche esclarecedora. Particularmente hace mención
de la Aukiñ Wallmapu
Ngulam Tuwvn.
IX Los temas troncales planteados por el
movimiento mapuche.
El concepto de Pueblo-Nación, el de identidad, tierra y territorio. Este
capítulo incluye una sección denominada “Hacia una nueva Relación con los
mapuches”.
X Fases de la lucha durante la década de
1990. Una breve
revisión sobre lo acontecido en esa década tan determinante en que se instala la Concertación por la Democracia para
fortalecer el proyecto económico neoliberal y la instalación de la CONADI como organismo al
servicio del Estado.
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Se
trata de un libro pequeño, fácil de leer. Pienso que una persona con ritmo de
lectura mediano puede demorar unos dos días. Alguien competente en lectura,
podrá hacerlo en una sola tarde.
Me
gustaría recibir algún día alguna impresión al respecto o recomendaciones de
lectura relacionadas con lo mapuche.
Ya he
dicho antes: hermano, hermana, si hemos
aprendido a hablar y a leer en castellano, pues entonces utilicemos esa
herramienta a nuestro favor; emulemos a nuestros antiguos guerreros que
adoptaron las armas y el caballo español para resistir. Leamos en
castellano aquello que nos aporta para comprender los procesos que explican el
momento que vivimos como pueblo. Hágase protagonista, no se quede con lo poco o
casi nada que la escuela chilena nos ha entregado.
Aquí
les entrego un par de páginas del mencionado ensayo del señor Vitale, con el
que usted puede tener más de una diferencia; pero, dígame – francamente – si
alguna vez ha encontrado información como esta en alguno de los libros que leyó
en el liceo o en la universidad.
OTRA BARRABASADA: MAPUCHES “FLOJOS Y
BORRACHOS”
Todavía
se oye decir por una parte apreciable de nuestra población que los mapuches son
“flojos”. Como otra de las tantas mistificaciones, reflejo del hondo
significado discriminatorio, cabe preguntarse desde cuándo se gestó tamaño
des-calificativo.
Está
demostrado por la mayoría de los historiadores que los principales centros de
riquezas auríferas eran trabajados por los mapuches. Entusiasmados con estos
hallazgos, un cronista reflexionaba acerca de “si había de haber tantos
costales y alforjas en el reino que pudiesen echar en ellos tanto oro”. Y
¿quién, pues, hacía el trabajo de recoger y echar en las alforjas tanto oro? No
precisamente los españoles.
Entonces,
Pedro de Valdivia partió al sur, donde encontró otro “El Dorado” en las aguas
del Bío-Bío. Si sólo llevaba dos mineros de profesión –Diego Delgado y Pedro de
Herrera- no cabe la menor duda de que los mapuches fueron los que hicieron el
trabajo de recolección de oro que nadaba en Talcamávida y Quilacoya.
Comentaba
Alonso de Góngora y Marmolejo en su Historia
de Chile –publicada en 1865 por la colección de Historiadores de Chile,
tomo 6, p. 144- contaba en 1553 que cerca de Concepción “pasaban de veinte mil
los (indios) que venían a trabajar por sus tandas acudiendo de cada
repartimiento una cuadrilla a sacar oro para su encomendero. Fue tanta la
prosperidad de que se gozó en ese tiempo, que sacaban cada día pasadas de
doscientas libras de oro, lo cual testifica el autor como testigo de vista”.
Por algo Villa Rica, fundada en 1552, tiene ese nombre.
Refiriéndose
a ella, Diego de Rosales decía en sus Flandes
Indiano que “los indios eran muchos y de buenos naturales, las minas
riquísimas, pues se hallaban granos de doscientos pesos, y de las otras
ciudades venían los indios a ésta a sacar oro para dar tributo a sus
encomenderos”. Y sigue y suma con el oro del río Las Cruces, en Madre de Dios,
con el de Carelmapu en el Canal de Chacao y con el de Osorno, que llegó a tener
una Casa de Moneda antes que Santiago a fines del siglo XVI.
La
acumulación de capital, generada por el trabajo humano, en este caso los
mapuches, prosiguió durante los siglos XIX y XX al verse obligados a vender su
fuerza de trabajo en las haciendas que los expropiadores levantaron en sus
tierras, en las de la zona central e, inclusive, en las fábricas emergentes del
proceso de industrialización de la década de 1930 hasta el presente, donde
entregaron una cuota de plusvalía absoluta aún no evaluada.
La
respuesta a la pregunta acerca de quiénes trabajaron para acumular tanta
riqueza es obvia. Entonces, uno se hace otra pregunta: ¿por qué nunca se sacó
la cuenta de la riqueza entregada por los mapuches con su trabajo? Porque
hubiera quedado de manifiesto que el calificativo de “flojos” no le calzaba a
los mapuches.
En
cuanto a la otra barrabasada, que livianamente los señala como “borrachos”,
convendría recordar que los colonialistas introdujeron el alcohol, tratando de
marear con aguardiente a los mapuches para que bajaran la guardia en los
combates. Los mapuches no eran un pueblo guerrero desde sus orígenes hasta la
invasión incaica. No existen pruebas de que así fuera, pues la arqueología ni
la ciencia histórica han detectado que los mapuches hubiesen conquistado y
dominado comunidades de un lado y otro de la cordillera de los Andes.
Los
mapuches comienzan su largo camino de lucha violenta con la única finalidad de
defenderse de la invasión incaica, y lo hacen tan bien que obligan a la
avanzada de los incas a detener su avance hacia el sur. La prueba es que no
existen indicios de dominación incaica sino solamente hasta la zona central del
actual territorio chileno. Tampoco hay pruebas de que ese supuesto “pueblo
guerrero” haya intentado conquistar y dominar pueblos originarios en el lapso
transcurrido entre la invasión incaica y la conquista española.
Informados
de la entrada de los conquistadores, comandados por Diego de Almagro, y de la
rebelión de Michimalonko y otros pueblos originarios del norte y del valle
central, los mapuches comenzaron a prepararse para rechazar a los españoles. La
historia de los levantamientos generales de Lautaro, Pelantaru y otros lonkos
durante el período colonial es ampliamente conocida, así como la capacidad
guerrera del pueblo mapuche para mantener a raya a los españoles.
De ahí,
comienza a fabricarse la versión de que los mapuches han sido siempre un pueblo
guerrero. La verdad es que los mapuches se vieron obligados a luchar para
defenderse de los conquistadores, para no ser exterminados, como había sucedido
con otros pueblos americanos.
La tenaz
y prolongada resistencia fue también para defender su territorio, sus
costumbres y el derecho a vivir libremente en su hábitat.
El
estudio comparativo de la resistencia aborigen a la conquista, muestra que los
mapuches fueron los que mayor resistencia opusieron a todos los pueblos
originarios de América, además de los Cañari del sur ecuatoriano. En carta de
1664 al rey de España, Jorge Leguía y Lumbe informaba que en Chile “hasta
entonces habían muerto en la guerra 29.000 españoles y más de 60.000
auxiliares” (carta reproducida por Ricardo E. Latcham: La capacidad guerrera de los araucanos, p. 39, Santiago, 1915). A
fines del siglo XVI, Felipe II se quejaba porque la más pobre de sus colonias
americanas le consumía “la flor de sus guzmanes”.
En esta
guerra de carácter defensivo, los mapuches crearon formas inéditas de lucha,
como la combinación de la guerra de guerrillas con la guerra móvil, hecho no
por casualidad poco difundido y menos estudiado, a pesar de ser latamente
descrito por los atónitos cronistas.
Una de
sus tácticas más notables fue el empleo de líneas de resistencia o
fortificación a retaguardia, utilizada por los españoles no para combatir sino
para descansar. Crearon un sistema comunicación mediante señales de humo, una
especie de telégrafo sin hilos, que los españoles no podían detectar y menos
comprender el secreto por el cual los mapuches estaban tan bien informados de
los avances y retrocesos de su ejército. Asimismo, adaptaron el caballo,
introducido por los españoles, a las necesidades del combate; usaron tácticas
de mimetismo[1] y contraespionaje.
Construían
empalizadas[2] en los alrededores de los
poblados o entre una y otra ciudad para cortar las comunicaciones de los
enemigos, como el “pucará” de Quiapo entre Cañete y Concepción; cavando grandes
pozos, camuflados, que llenaban de estacas, distintos a los pozos utilizados
por las legiones romanas contra la caballería. Su uso contra la infantería fue
una creación mapuche, según los expertos en estrategia militar.
Los
mapuches también crearon la infantería montada, que les daba una gran
movilidad, con capacidad para dar batallas y retirarse cuando lo estimaran más
adecuado. Precisamente, la infantería montada fue uno de los puntales de la
guerra de guerrillas combinada con la guerra móvil, que a su vez estaba
coordinada con rebeliones de sus hermanos explotados en las encomiendas.
Los versos
de Alonso de Ercilla, especialmente el canto 23 de La Araucana , condensan la
creatividad combativa de los mapuches: “Dejen de encarecer los escritores a los
que el arte militar hallaron, ni más celebren ya a los inventores que el duro
acero y el metal forjaron, pues los últimos indios moradores del araucano
estado así alcanzaron el orden de la guerra y disciplina que podemos tomar
dellos dotrina.
¿Quién
les mostró a formar escuadrones, a representar en orden la batalla, levantar
caballeros y bastiones, hacer defensas, fosos y muralla, trincheras, nuevos
reparos, invenciones, y cuanto en uso militar se halla, que todo es un bastante
y claro indicio del valor desta gente y ejercicio?”.
La
imagen de los mapuches como “pueblo guerrero” fue, contradictoriamente,
difundida en la segunda mitad del siglo XIX por los militares victoriosos en la Guerra del Pacífico, al
decir con orgullo que su espíritu guerrero, capaz de derrotar a los ejércitos
peruano y boliviano, tenía como ancestro a los mapuches, a ese pueblo guerrero
que durante siglos puso en jaque a las tropas españolas.
Esta
versión se fue haciendo tan generalizada que en 1944 un alto oficial, llamado
Indalecio Téllez C., publicó un libro titulado Una Raza Militar, donde puso de manifiesto la capacidad guerrera de
los mapuches, fuente de inspiración del “espíritu guerrero de los militares chilenos, demostrado en mil
combates”.
Eso
mismo me dijo en el Campo de Concentración del Estadio Nacional en octubre de
1973 un oficial que me interrogaba, bajo tortura: ¿sabe usted, prisionero de
guerra, a qué se debe el triunfo tan rápido del pronunciamiento del 11 de
septiembre? A que somos una raza militar, como los mapuches…
Esos
mapuches tan elogiados por su espíritu guerrero fueron, bajo la dictadura de
Pinochet, masacrados y discriminados precisamente por los susodichos “herederos
de la raza militar mapuche”.
Vitale, Luis. Medio milenio de discriminación al Pueblo mapuche.
Consejo Nacional del Libro y la
Lectura , 2000. p. 24-29.
[1] A
propósito, mi tía Guillermina Quintupill me relató que a su vez su padre – mi
abuelo – le narró que en nuestra zona se construyeron escondites subterráneos
para guarecer a los más débiles (mujeres y niños).
[2] Esta
práctica también se habría utilizado en el siglo XIX, en nuestra zona, para
protegerse del ataque de chilenos. En este caso específico, para proteger las
casas. (Narración escuchada a mis padres).
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