Imagen: Marcadores de lectura
Erwin Quintupill, diciembre 2011.
Erwin Quintupill, diciembre 2011.
Fotografía: Eduardo Cabello.
Wixal
le decimos en Saltapura al telar. Es sencillo, es simple; sin embargo se va
perdiendo. Las nuevas generaciones no se sensibilizan con su hermosura, salvo
raras excepciones o casualidades.
Sí,
casualidad fue la mía que, estando enfermo sin poder levantarme, y después de
tratar de aprovechar el tiempo aprendiendo algo más de ortografía del idioma
castellano, me vi con que hubo un instante en que no podía seguir en ello sin
la ayuda de alguien más. Observé mi entorno y, próximo a la cama en que yacía,
vi el saco de lanas de mamá y casualmente el marco de madera de un espejo
pequeño que se me figuró un wixal en miniatura. Era el verano de 1989.
Sin
decir a nadie, me proveí de pequeños trozos de coliwe para las otras partes del
pequeño wixal que imaginé. Elegí un par de ovillos, sin decirle a su dueña, y
empecé a tratar de reproducir el urdido que de niño y alguna vez cuando adulto
vi realizar a mamá con la ayuda de una de mis hermanas. Lo más divertido de ese
momento era la conversación que ellas sostenían.
-
Uno entero y después media, no
más.
-
Ah, ya. A ver: ése que va a ser el fondo, da una vuelta entera.
-
Sí.
-
Y este otro que va a ser el dibujo, da media vuelta, no más.
-
Sí, y espere a que el otro
vuelva a dar otra vuelta completa y, entonces, baja.
-
¡Ah! Ahí, entonces, el hilo que dibuja completa una vuelta completa.
-
Claro. Y así se sigue. No vaya a
equivocarse.
-
Parece…
-
¿Qué cosa?
-
Parece que me equivoqué, pues.
-
A ver… Si, pues; porque aquí no
cruzó. Siempre tiene que tener cuidado de que los hilos se crucen en el medio.
Nunca dos hilos deben quedar juntos; siempre se cruzan.
-
Aunque sean del mismo color.
-
Del color que sean. Acaso,
cuando uno urde un ponxo y usa un solo color, ¿no se cruzan los hilos?
-
¡Ah! Sí, mamá. Sí.
-
Ya lo arreglé. Siga ahora, como
le dije.
-
Mejor enséñeme cómo se arregla.
-
Así…
Este
diálogo se repetía cada cierto tiempo, más o menos del mismo modo, en las
ocasiones en que mamá decidía emprender la confección de algo nuevo: un ponxo o
frazada, un pelero para el caballo, una kutama o prevención para las compras de
papá, una lama para posar los pies al bajar de la cama, etc. Cuando niño, yo
solía estar muy próximo, aunque no atento a esa conversación; pero, de tanto escucharla
se me quedó en la memoria. Yo solía estar jugando alrededor de ellas. También
estaba eso de los colores. Me llamaban mucho la atención. Era todo un
espectáculo observar a mamá colocando un ovillo junto a otro, o una hebra junto
a otra, para pensar la combinación de ellos. Cuando se decidía, aparecía en el
urdido una serie de franjas continuas o discontinuas, según de qué se tratara.
Era aquello una mezcla de colores con la que yo alucinaba. Después cuando joven
y adulto, seguí disfrutando al observar – ocasionalmente – uno de los oficios de
mamá.
Así fue
que, recordando esos diálogos junto al wixal, me dispuse a urdir sin más ayuda
que mi memoria. Y todo resultó bien. A todo esto, nadie se daba cuenta en lo
que yo estaba. Pero, pronto mejoró mi salud y pude salir al campo a trabajar
con papá. Una tarde en que regresaba de estar arando, al llegar a casa, una de
mis hermanas me hizo una advertencia, en tono algo jocoso.
-
La embarraste, weón. Mi mamá está enojada.
-
(Sonriéndome) Ya, ya. Y ¿por qué será?
-
(Misteriosa) Ahí vay a ver…
Descolgué
la lasta con el arado, desyugué los bueyes y acomodé las coyundas en torno al
yugo. Guardé todo y antes de ir a dejar los bueyes al potrero para que se
alimentaran, pasé por la cocina, donde mi madre iba y venía acomodando la mesa
en donde colocaría los ingredientes de la once para todos. En medio de los
aromas del pan fresco, de las verduras, le pregunté:
-
(Con picardía) ¿Qué le pasa ‘eñora?
-
(Con energía) Mmhhhh… ¡Qué me va a pasar,
puh!
-
(Sin dejar de sonreír) ¿Por qué tiene esa cara?
-
¡Que me hiciste tira el tohoh[1],
puh!
-
(Medio sorprendido) ¿Qué tohoh?
-
El tohoh, puh. ¿Qué no sabe que ése es un hilo especial?
-
No; pero… ¿qué hice yo con tu
tohoh?
-
(Siempre con cara de molesta) ¡Que me lo hiciste tira, puh!
¡Ustéd lo hizo wixal!
-
(Más sorprendido) ¡Ah! ¿Cómo, mami?
-
Sí, puh. Ese hilo que usaste pa hacer wixal es mi tohoh… (Sin aguantarse
más) ¿Acaso usted es mujer que va a hacer wixal?
-
No; pero, ¿qué tiene que ver? Tus hijas son mujeres y nada que han
aprendido. ¡La vieja Miriam es la única que sabe algo y las otras, ni una
lesera puh, oiga!
-
(Algo inentendible o
irreproducible).
-
(Riéndome y ya partiendo a lo de
los bueyes)
Mire, no lo hago con lo que tengo entre las piernas. Si fuera por eso, sus
hijas habrían aprendido hace tiempo.
-
(Sin escandalizarse) ¡Ah, Loco!
Fue muy
divertido. Finalizamos la discusión de un modo muy parecido a como terminaban
las que tenía con papá. Más tarde me explicó que el tohoh es un hilo para el
que se elige la mejor lana, aquella que es más parecida a pelo o menos
algodonosa, que se hila al revés (el huso gira en sentido contrario, hacia
atrás), y que cuando se tuerce se hace también al revés. Finalmente, se debe
pasar la fibra por la llama, para quitarle las “puntas” que pudieran ayudar a
formar motas.
-
Así se hace, por eso es especial. Tú me lo hiciste tira.
Y yo
desvié la conversación hacia otros asuntos.
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Imagen: Ensayo de tapiz.
Erwin Quintupill, diciembre 2011.
Erwin Quintupill, diciembre 2011.
Fotografía: Eduardo Cabello.
Lo
difícil fue lograr los dibujos. En ello se me fue un par de meses o menos
quizás. Siempre sólo, sin nadie que me guiara. Recuerdo una sola vez en que le
pregunté a mamá si el urdido estaba bien hecho. Ella me miró muy seria y algo
arrugado el entrecejo. (A mí me dio la impresión de que volvería con lo de su
tohoh). Del mismo modo observó mi trabajo. Después, dándose la vuelta y
volviéndose a ocupar de sus asuntos me dijo que sí, que estaba bien. ¡Ah!
Recuerdo que me preguntó “¿cómo lo hiciste?”. “Solo”, le respondí. Puso cara de
misterio y no dijo más. Su expresión parecía a la de alguien ofendida por algo
que le han quitado en contra de su voluntad.
Vaya
uno a saber en qué pensaba mi madre. El caso es que a mí me interesó por lo de
los dibujos. Cuando egresé de enseñanza media quería estudiar arte y no se
pudo; ni siquiera se me ocurrió decirlo. Sin embargo, la pedagogía fue un
descubrimiento grandioso, que me da gratísimos momentos, aunque también pobrezas.
Imagen: Tohoh.
Fotografía: Erwin Quintupill.
[1] Tohoh
(tonon): Se trata de un hilo delgado que toma todas las hebras por debajo del cruce central, para que de ese modo se pueda realizar el cruce del urdido.
8 comentarios:
GRACIAS POR COMPARTIR TU HISTORIO ,ESTOY CONVENCIDA QUE CUANDO UNO ESTA FISICAMENTE ENFERMA HAY QUE MEJORAR EL ALMA Y EL ALMA SE MEJORA CON EL ARTE NATURAL,COMO ES EL TEJIDO, LA EXPERIENCIA ME PARECE ERIQUECEDORA Y AUNQIE LA PEDAGOGIA NO DA RIQUEZA,DA MUCHOAS SATISFACCIONES DE PODER VER CRECER Y FORMAR PEQUEÑOS Y JOVENES A VIVIR CON EL ALMA PLENA,GRACIAS,DESDE CHILE ZENAIDA
Que hermoso, me encantó la complicidad del tejido, tú y tu madre, la manera en que el destino enredó los hilos de sus almas. Emoción es lo que me deja tu relato.
Erwin...me conmovio tu vivencia..nunca leo lo que blogeros escriben...pero como yo ahora estoy aprendiendo telar mapuche en Carahue...por supuesto me interesó..
Felicitaciones por su arraigo cultural...que no debe perderse nunca.
Hola, yo también trato de aprender sola, ahora quiero poder hacer dibujos, espero pueda. Saludos desde Santiago.
Yo también quiero aportar mi experiencia en telar mapuche ,empecé hace 6 años pero este año ya estoy trabajando en telar María porque es más rápido,me invitaron a enseñar en un grupo de mujeres ,pero la pandemia nos obligo a enserrarnos y el proyecto quedó en espera,tengo 70 años y creo empecé muy tarde a tejer ,se telar básico ,mapuche y telar María,aprendí sola y ya e tejido varias prendas .
Edwin que lindo tu relato...me hiciste estar presente en cada momento de tu historia. Ahora también me queda más claro lo de la huerta completa y la media vuelta. Estoy aprendiendo a tejer telar mapuche...siempre vi a las mañas hacerlo ( yo soy hiinca) y memllamaba la atención como era este ir y venir denlasnlamas y aparecían estas figuras que me maravillan. Pasaron los años y la vida me ha regalado la oportunidad de encontrarme frente a un telar y poder entrelazar mis propias lanas. Muvhas gracias por tu relato.
Que hermoso,igual tejistes una historia,me encanto leer deberías ser escritor.
Un placer leer tu historia, la mía se asemeja en parte a ls tuya: la diferencia " una setenteañera" intentando aprender a tejer el witral, de la mano de una maestra mapuche.
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