por Erwin Quintupill
De cuando fuimos jóvenes, en Saltapura.
La cámara "manual" sobre un mueble y nosotros sonriendo.
Nos conocimos a principio de los 90. Yo
estaba en la ciudad después de mi primer intento por regresar a casa. No
recuerdo quién me hizo una invitación para llegar a lo de un matrimonio amigo.
Era una casa tipo medio y ella, una mujer maciza, simpática, izquierdosa. No me
sentí muy en mi lugar; pero, había música de mi agrado. En general, no converso
mucho en estos primeros encuentros… La cuestión es que no sé por qué razón
volvimos a vernos. Quizás porque coincidimos en esos afanes de doña Ana y el
Club de Lectores Federico García Lorca. Se inventó la realización de un curso
de Literatura Americana. El guía fue el profesor Risco, un amigo de doña Ana. El lugar de realización,
la escuela cuyo representante legal era un pastor simpatizante de las agrupaciones
antidictadura. Una vez por semana, solíamos vernos por allí. Así debió ser que
iniciamos una extraña amistad, en principio. Digo así, pues tenía modos de
señora peluquera, podóloga y “sacapelos” de mujeres con plata. Antes del Golpe
de Estado trabajaba en la Universidad de Concepción me comentó un par de veces.
Allí hacía de secretaria de no sé quién. Por allí debió conocer a Raúl, el
padre de sus hijos.
Después de un tiempo, un par de años quizás,
me pidió conversar algo personal. Nos fuimos a Lirquén. Tal vez hayamos comido
alguna cosa en el Barrio Chino. Paseábamos por Las Catas cuando me contó que
estaba aproblemada por el estado en que se hallaba su relación matrimonial. No
voy a entrar en detalles, sólo diré que la escuché y no le di ningún consejo.
Le di a entender que lo que fuera a decidir era algo suyo y los demás no
debíamos influir intencionalmente en ello. Le dije que la entendía… La cuestión
es que estaba pensando en terminar con el matrimonio, y así lo hizo un tiempo
después…
Debido a ese episodio, creo le sugerí salir,
alejarse un poco para despejar las ideas y mirar desde la distancia su
situación. Así debió ser que llegó por primera vez a Saltapura. Para los demás
éramos pareja. No se entiende de otro modo que un hombre y una mujer viajen
juntos. Yo sabía que no podíamos serlo, pues éramos demasiado diferentes o
incompatibles. Era común que la regañara, porque alargaba la conversación sin
soltar el mate que esperaba. ¡Suelta el mate, vieja jodida! Por su lentitud al
caminar. ¡Apúrate, parecemos viejos antiguos: yo delante y tú detrás! ¡Ay,
viejo jodido, deja de regañar!
En las noches de campo, jugábamos al carioca,
algo que nunca más he vuelto a hacer. Mi hermana, que estaba allí y los demás
fueron aceptándola. No fue difícil, porque Erna derrochaba sentido del humor,
procuraba no ser impertinente, era respetuosa y no se complicaba con los
eternos quejidos de la dueña de casa. Después solíamos reírnos de la situación.
Era nuestro modo de “pelar”. Sabía cocinar y podía colaborar en todo cuanto
hiciera falta.
Un día me dijo que se iba de casa. No sé cómo
lo hizo. Nunca me compartió el detalle de esa separación. Tampoco se lo pedí.
Sabía que no me importaban. Sí me habló de las emociones encontradas con sus
hijos, y nos lanzábamos a analizar nuestro modo de ser machistas, los
privilegios de hombre, los cuestionamientos a la mujer, etc. De ese modo,
procurábamos entender lo que nos rodeaba. Recordábamos algún pasaje de alguna
novela latinoamericana, de las que tanto gustaba leer, y seguíamos… Supongo que
eso le hizo bien, pues nunca me dio a saber que le resultara insatisfactorio
conversar sus asuntos conmigo. “Yo no te pregunto; si tú necesitas hablarme de
algo, lo haces y ya. Lo mismo si me hace falta hablar de algún asunto personal”.
Lo entendía; pero, en varias ocasiones me probó con eso de “¿Te cuento?” y
dejando en suspenso lo demás. “Si quieres, sí.” “¿No sientes curiosidad?” “No,
sé que si es importante para ti, lo vas a decir. De lo contrario no contarás
nada y no importa, no es importante.” “¡Aaay! ¿por qué no eres curioso?” “Si lo
soy; pero, no de ese modo.” Risas y vuelta a reír.
Supe, por ella, sus intentos por armar su
espacio, tener su casa, hasta que lo consiguió. Así fui aprendiendo a
conocerla. Volvió muchas veces al sitio de mi infancia. Le conté las historias,
fuimos a las fiestas (bingos, torneos) y compartió con mis familiares y
amistades. Estuvo en el funeral de mamá y allí la conocieron mis demás
hermanos/as. También en el día de los muertos y estuvo ayudándome a confeccionar
coronas de papel. Y de nuevo a regañar con ella porque no sabía enfocar la
cámara fotográfica. ¡Solíamos aparecer sin cabeza! En fin, nada fue grave.
Llegué a sentir una gran admiración por esta extraña amiga. Por lo aperrada en
los asuntos que decidió emprender, contra la corriente (su familia, padres y
hermanos, me contó rechazaban sus decisiones… hasta solidarizaron con su ex
cuando decidió abandonar el hogar matrimonial)… Me hacen falta, solía
confidenciarme; pero, en fin, tampoco estoy tan sola. Tengo mis amistades, mis
amigas… En cambio, ella no los abandonó. Cuando su papá enfermó, estuvo siempre
ocupada en atenderlo. Su mamá, era su preocupación permanente, sin importar que
para los asuntos importantes la negara. Por todo eso, llegué a apreciar a mi
amiga Erna.
El año pasado, me contó que estaba enferma,
que sospechaba algo malo; pero que estaba optimista. Sin embargo, se trataba de
un cáncer al páncreas que no la dejó vivir. El día domingo 18 de enero llegué a
su casa, viniendo desde Santiago. Quería pasar ese día con ella, para conversar
de lo que quisiera. Esa noche, cuando iniciaba el viaje me llamaron desde el
sur diciéndome que el tío Pablo se moría. Por eso, estaré contigo sólo un par
de horas. Debo irme a preparar mi participación en el eluwvn. Ella sabía como
es eso. Se levantó un instante, tomó mi mano y me dijo: he hablado con mis
hijos y les he pedido que me incineren. Algo me dio vueltas por dentro. Yo,
siempre más firme que ella, en ese instante sólo atiné a quedarme en silencio,
dejándola hablar… “Y quiero, que una parte de mí se quede en el mar y otra
parte en Saltapura. Quiero que tú me ayudes a que se haga así”. “No hay
problema. Como quieras, cuando eso ocurra”. No tuvimos ningún gesto que pudiera
avergonzarnos, sentados el uno al lado de la otra, cada uno por su lado dijo
así será, en silencio. Estábamos sentados en el borde de su cama… Caminaba muy
poco y con dificultad. Estaba más delgada que nunca… En una visita anterior
estuvo bromeando con eso de “ni poto tengo, Erwin”. Perdió el brillo del cuerpo
sano, mantuvo el sentido del humor, sus ganas de pelear, su sensibilidad al
momento de escuchar lo demás… Al parecer, no pudo reconciliarse con Raúl,
porque no le prestaba una atención especial, aunque él se trasladó hasta a su
lado y la acompañó días y noches hasta que descansó…
Hablaba por el teléfono, habitualmente con su
hija Valeria y a veces con Iván. Ellos se mostraban muy cercanos a mí en el
último tiempo… El 10 de febrero, mientras visitaba algunas casas de Saltapura,
invitando a asistir a mi 9º Mingako (14 de febrero), al llegar a una zona con
señal telefónica, vi que tenía muchos llamados… Allá por la cinco de la tarde
se había quedado en silencio la que en otro tiempo no me paraba de hablar, en
sus momentos de mayor efusividad, la vieja divertida que me acompañó en varios
momentos importantes…
En otra visita anterior, me había dicho que a
su familia les había manifestado que en nosotros había encontrado otra familia,
la suya también… Por eso, esa tarde ni al día siguiente fui hasta su velatorio
en Concepción. Hablé esa tarde-noche con su hija y en absoluta tranquilidad
acordamos que yo esperaría su llegada, que me avisarían, que pronto, que muy
pronto… No quiero que sea una tragedia me había dicho, les dijo a los demás…
quiero que me canten…
El viernes 20 llegaron los Moreno Matus: sus
hijos Valeria, Cristian e Iván, sus nietos, sus nueras, Raúl, un amigo de Erna y su hermano ¿Tomás? Fue
como si nos conociéramos desde siempre, como ella de seguro lo pensó y quiso.
Compartimos mucho, cocinamos, improvisamos un mesón para todos… En un momento,
hablé con los cuatro, les dije que Erna no me explicó por qué quiso las cosas
como las estábamos haciendo, que no sabía por qué me había dado esta
responsabilidad… Hablamos, hablamos y… entendimos que deseaba ver a su familia
reunida entre ellos y con nosotros, que reclamaba ser comprendida y aceptada,
que éramos importantes, que no nos olvidaría de ser posible… Los niños jugaban
como es natural. Las nueras resultaron ser personas mucho más cercanas de lo
que pensé, y Raúl en silencio recordando ¡vaya uno a saber, cuántas cosas!...
Llegaron mi hermana y mis sobrinas desde el pueblo… Le pedí a mi hermana Miriam
que habla bien el mapuzugun que improvisara una solicitud al bosque para dejar
las cenizas de mi amiga en su interior… Ese fue el sitio que propuse, por la
mañana. Fui con sus más cercanos y lo aceptaron.
***
Al interior, hay un pequeño conjunto de
laureles robles, muy altos, que cobijan un copihual que, en los días de marzo y
abril, colorean el paisaje. El aroma de los árboles es intenso. Un sendero,
hecho por mí, entre los koliwe nos lleva hasta el lugar. Allí dejamos tus
cenizas Erna Matus, espero que haya sido de tu gusto… y si, no… pues, te vuelvo
a regañar, porque democráticamente hemos creído que es un buen lugar para tu
espíritu soñador, sensible y dicharachero… Todos pensamos lo mismo. Esta vez no
te saldrás con lo tuyo… Y por la noche del 21, el sábado, carreteamos contigo. Estuve
cantando las canciones que te gustaban y los demás se sumaron… Lo hicimos como
en los mejores tiempos, como si no te hubieras ido, como si estuvieras allí
cantando a grito pelado – con nosotros – eso de “me he de comer esa tuna/
aunque me espine la mano”…
P.D.: El feroz incendio que te tocó vivir
junto a nosotros, no dañó el espacio justo en que estás; pero sí, todo su
rededor.
Pa mi cincuentenario.
7º Mingako (2013)
Fotografía: Mabel.
7º Mingako (2013)
Fotografía: Mabel.
Junto a la tía Zoila. 7º Mingako (2013)
Fotografía: Moli Amulef.
7º Mingako (2013)
Fotografía: Justine & David.
7º Mingako (2013)
Fotografía: Justine & David.
7º Mingako (2013)
Fotografía: Moli Amulef.
7º Mingako (2013)
Fotografía: Carina.
1 comentario:
Hermoso y simple como un anillo.
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