Tiene muchos elementos propios de nuestro ambiente social y hace referencia a un tiempo que ya pasó, por lo tanto se trata de elementos que se mantienen en nuestra memoria.
En estos días de mucha represión al ser mapuche, lo comparto - especialmente - con los niños/as y jóvenes de mi extensa familia.
Lo escribí a partir de un relato realizado por mi hermana Flor Raguileo en 1987.
EL VIEJO TONTO
Hubo un matrimonio de viejitos. La viejita
era bien galla; pero, el viejo era muy tonto. Eran solos. Un día la viejita se
dio cuenta de que no les quedaba harina y le dijo a su viejo que tenía que ir a
moler. Rápidamente, la viejita armó una kutama[1]
de trigo. Ya, la puso al anca del caballo ensillado. El viejo ayudaba.
Mira, vas a ir a moler tú – le dijo – porque
aquí hay mucho que hacer. Vas a llevar una fanega[2],
y por la fanega te van a cobrar un almud[3]
de trigo. Eso vas a pagar, por la maquila[4].
Ya, monta a caballo. Mientras tanto, voy a tener el fuego hecho y el agua
caliente, pa hacer una tortilla en cuanto vuelvas. Pa no olvidarte, vas a ir
repitiendo: “Por una fanega, un almud de trigo”. ¿Cómo vas a ir diciendo? El
viejo respondió: “Por una fanega, un almud de trigo”. Ya, ándate ahora y no
dejes de repetir, porque se te puede olvidar y a lo mejor pagas de más. Se fue
el viejo repitiendo lo que le habían dicho. Iba en su caballo.
Junto al camino, un hombre cultivaba para
sembrar y se preguntaba qué rendimiento podría tener. En eso va pasando el
viejo tonto. El hombre le pregunta: “Oiga, abuelito. Buenos días. Usted que es
de más edad, debe saber mucho. ¿Cuánto cree que me puede rendir la siembra que
estoy preparando?”.
El viejo que va diciendo: “Por una fanega, un
almud de trigo”. El otro lo escucha y se enoja. “Este viejo está tonto. ¡Cómo
se le ocurre que va a rendir menos de lo que siembre! ¡Ah, viejo leso! ¡No
tienes que decir así! Vas a decir: “¡Que salga! ¡Qué salga!”, pa que me dé
buena suerte. ¡Ya!”.
¿Cómo tiene que decir? “¡Que salga! ¡Que
salga!”, dijo el viejo. Como era tonto… Y siguió diciendo “¡Que salga! ¡Que
salga!”. En eso iba, cuando va alcanzando una carreta que estaba detenida en el
camino. El hombre que llevaba la carreta estaba desesperado, porque llevaba una
pipa con vino y con el movimiento se había roto y se salía. ¡Abuelo, – le dijo
– qué puedo hacer pa que no siga saliendo mi vino! El viejo iba llegando y
diciendo “¡Que salga! ¡Que salga!”.
Qué indignarse más el hombre. ¡No lo agarro a
palos con la picana, porque es viejo, no más! Tiene que decir: “¡Que no salga!
¡Que no salga!”. ¿Cómo tiene que decir?. “¡Que no salga! ¡Que no salga!”,
repitió el viejo tonto. Ya, váyase ahora. Y se fue: “¡Que no salga! ¡Que no
salga!”. Siguió hacia el molino; pero, tenía que pasar por un estero. Ya era
tiempo bueno, así que el estero estaba medio seco; pero, había algo de barro.
Andaban unos ricos en vehículo. Allí quedaron
empantanados, creyendo que podrían pasar. Cuando vieron que venía el viejo por
el camino, pensaron que les podría dar un consejo acerca de cómo salir. Como es
hombre de campo debe saber, se dijeron. Cuando iba llegando: Abuelito, – le
dijeron – usted nos puede ayudar, díganos qué hacemos para sacar los vehículos
del barro. Eran dos autos. El viejo se concentraba tanto en lo que le habían
dicho, que no escuchaba y repetía: “¡Que no salga! ¡Que no salga!”. Los ricos
se anduvieron como enojando; pero, vieron que era tonto. Ahí, le dijeron: No
sea mala gente. ¡Cómo se le ocurre! Si no puede ayudar, al menos diga: “¡Que
salga el uno, que salga el otro!”. Así tiene que decir.
“¡Que salga el uno, que salga el otro!”,
repitió el viejo, y así siguió por el camino, hasta que fue llegando al molino.
El molino funcionaba a leña, así que el molinero, en ese instante, estaba
picando leña. Cuando el viejo va llegando, con tan mala suerte pal molinero,
¡que no salta una astilla y le da en un ojo al molinero!. El hombre se queja y
le pide ayuda al viejo tonto. El viejo responde: “¡Que salga el uno, que salga
el otro!”. El molinero, enrabiado, por el apuro no agarró a palos al viejo o no
le dio con el hacha. ¡Viejo e moledera!, le dijo. ¡Te mandas a cambiar ahora
mismo! ¡No pienso molerte! ¡Ándate! El viejo, como le dijeron que se fuera y
nada más, se fue callado. Regresó a su casa. Allá legó.
-
¡Moliste!, le preguntó la viejita. ¡Tan rápido!
-
No. No molí na. El molinero estaba enojado y dijo que no me iba a
moler y me mandó pa la casa.
-
¡Ay! ¡Quizás qué lesera hiciste! Por que sí, no más, no iba a ser.
¡Tendré que ir yo! ¡Te vas a quedar aquí! ¡te vas a preocupar que el fuego no
se apague y de tenerme la tetera hirviendo cuando llegue!
Bien recomendado se quedó el viejo y triste.
Le echó más leña al fuego, como le dijeron; pero, le puso demasiado. La tetera
hirvió muy luego, los palos se consumieron y la tetera se dio vuelta. ¡La
ceniza se subió por todos lados! ¡La polvareda! ¡No se veía nada! Ahí, el viejo
se lamentaba:
-
¡No sirvo para nada! ¡Todo lo hago mal! ¡Tan tonto que soy! Mejor me
voy a matar y dejo de dar problemas.
Empezó a buscar algo con qué matarse. Entre
las herramientas halló el combo y se fue con él hacia el patio. Tiraba el combo
pa arriba y cuando venía cayendo, salía corriendo pa que no le cayera encima,
pa salvarse. ¡Sería tonto! Volvía a tirar el combo y salía corriendo. En eso
estaba, cuando de repente la herramienta cayó en unas matas. Al irlo a buscar,
se da cuenta que cayó sobre una pava que estaba empollando. Él lo había olvidado.
Ahí, le vino la preocupación porque había
matado la pava. ¿Cómo van a nacer los pavitos ahora?, pensó. Hasta que se le
ocurrió pelar la pava. Con una grasa se embetunó el cuerpo y empezó a colocarse
las plumas. “Pa que no se dé cuenta la vieja que murió la pava, me voy a echar
yo”, dijo. Bien emplumado, se metió al nido. Ahí estaba cuando la viejita
volvió del molino. A ella, le molieron y supo lo que le había pasado a su
viejo.
-
¡Viejo! ¡Viejo!, - lo llamaba. ¡Ven a ayudarme a bajar la harina!
Nada. El viejo no aparecía. La pobre vieja,
sola tuvo que hacerlo todo. Ya calculaba que en otro problema tenía que estar.
Entró a la casa y encontró el fuego apagado, ceniza por todas partes, la tetera
dada vuelta y medio sumida entre la ceniza. “¡Ay! ¡Qué hizo este viejo,
ahora!”. Salió a buscarlo:
-
“¡Viejo! ¡Viejo!”, decía. ¡Nada!
Lo buscó en distintas partes. Empezó a
rebuscar entre las plantas. Pensó que podría haberse desmayado. De repente, al
entreabrir una planta, lo encuentra.
-
“Sssssssshhhhh”, le dice el viejo, igual como hacen las pavas
empollando.
-
¡Qué estás haciendo ahí! ¡Y todo emplumado! Se quejaba, la pobre
vieja. ¡Qué voy a hacer contigo! ¡Ya, sale!
2 comentarios:
Lindísimo cuento y muy divertido, me ha gustado mucho el final y el amor de la viejita por su viejo leso. Gracias por las notas a pie de página, así aprendemos todos.
Gracias Vero por tu comentario. No recuerdo tu mail; pero veo que lo tengo porque te llega información de mí.
Te abrazo. Erwin
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