domingo, 15 de enero de 2012

CUENTO: EL VIEJO TONTO

Este es un cuento que no tiene apariencia de epew tradicional mapuche; sin embargo, lo he escuchado muchas veces, antes alrededor del fogón, ahora en torno a la mesa. También he sido su narrador en más de una ocasión.


Tiene muchos elementos propios de nuestro ambiente social y hace referencia a un tiempo que ya pasó, por lo tanto se trata de elementos que se mantienen en nuestra memoria.

En estos días de mucha represión al ser mapuche, lo comparto - especialmente - con los niños/as y jóvenes de mi extensa familia.


Lo escribí a partir de un relato realizado por mi hermana Flor Raguileo en 1987. 


EL VIEJO TONTO


Hubo un matrimonio de viejitos. La viejita era bien galla; pero, el viejo era muy tonto. Eran solos. Un día la viejita se dio cuenta de que no les quedaba harina y le dijo a su viejo que tenía que ir a moler. Rápidamente, la viejita armó una kutama[1] de trigo. Ya, la puso al anca del caballo ensillado. El viejo ayudaba.

Mira, vas a ir a moler tú – le dijo – porque aquí hay mucho que hacer. Vas a llevar una fanega[2], y por la fanega te van a cobrar un almud[3] de trigo. Eso vas a pagar, por la maquila[4]. Ya, monta a caballo. Mientras tanto, voy a tener el fuego hecho y el agua caliente, pa hacer una tortilla en cuanto vuelvas. Pa no olvidarte, vas a ir repitiendo: “Por una fanega, un almud de trigo”. ¿Cómo vas a ir diciendo? El viejo respondió: “Por una fanega, un almud de trigo”. Ya, ándate ahora y no dejes de repetir, porque se te puede olvidar y a lo mejor pagas de más. Se fue el viejo repitiendo lo que le habían dicho. Iba en su caballo.

Junto al camino, un hombre cultivaba para sembrar y se preguntaba qué rendimiento podría tener. En eso va pasando el viejo tonto. El hombre le pregunta: “Oiga, abuelito. Buenos días. Usted que es de más edad, debe saber mucho. ¿Cuánto cree que me puede rendir la siembra que estoy preparando?”.

El viejo que va diciendo: “Por una fanega, un almud de trigo”. El otro lo escucha y se enoja. “Este viejo está tonto. ¡Cómo se le ocurre que va a rendir menos de lo que siembre! ¡Ah, viejo leso! ¡No tienes que decir así! Vas a decir: “¡Que salga! ¡Qué salga!”, pa que me dé buena suerte. ¡Ya!”.

¿Cómo tiene que decir? “¡Que salga! ¡Que salga!”, dijo el viejo. Como era tonto… Y siguió diciendo “¡Que salga! ¡Que salga!”. En eso iba, cuando va alcanzando una carreta que estaba detenida en el camino. El hombre que llevaba la carreta estaba desesperado, porque llevaba una pipa con vino y con el movimiento se había roto y se salía. ¡Abuelo, – le dijo – qué puedo hacer pa que no siga saliendo mi vino! El viejo iba llegando y diciendo “¡Que salga! ¡Que salga!”.

Qué indignarse más el hombre. ¡No lo agarro a palos con la picana, porque es viejo, no más! Tiene que decir: “¡Que no salga! ¡Que no salga!”. ¿Cómo tiene que decir?. “¡Que no salga! ¡Que no salga!”, repitió el viejo tonto. Ya, váyase ahora. Y se fue: “¡Que no salga! ¡Que no salga!”. Siguió hacia el molino; pero, tenía que pasar por un estero. Ya era tiempo bueno, así que el estero estaba medio seco; pero, había algo de barro.

Andaban unos ricos en vehículo. Allí quedaron empantanados, creyendo que podrían pasar. Cuando vieron que venía el viejo por el camino, pensaron que les podría dar un consejo acerca de cómo salir. Como es hombre de campo debe saber, se dijeron. Cuando iba llegando: Abuelito, – le dijeron – usted nos puede ayudar, díganos qué hacemos para sacar los vehículos del barro. Eran dos autos. El viejo se concentraba tanto en lo que le habían dicho, que no escuchaba y repetía: “¡Que no salga! ¡Que no salga!”. Los ricos se anduvieron como enojando; pero, vieron que era tonto. Ahí, le dijeron: No sea mala gente. ¡Cómo se le ocurre! Si no puede ayudar, al menos diga: “¡Que salga el uno, que salga el otro!”. Así tiene que decir.

“¡Que salga el uno, que salga el otro!”, repitió el viejo, y así siguió por el camino, hasta que fue llegando al molino. El molino funcionaba a leña, así que el molinero, en ese instante, estaba picando leña. Cuando el viejo va llegando, con tan mala suerte pal molinero, ¡que no salta una astilla y le da en un ojo al molinero!. El hombre se queja y le pide ayuda al viejo tonto. El viejo responde: “¡Que salga el uno, que salga el otro!”. El molinero, enrabiado, por el apuro no agarró a palos al viejo o no le dio con el hacha. ¡Viejo e moledera!, le dijo. ¡Te mandas a cambiar ahora mismo! ¡No pienso molerte! ¡Ándate! El viejo, como le dijeron que se fuera y nada más, se fue callado. Regresó a su casa. Allá legó.

-          ¡Moliste!, le preguntó la viejita. ¡Tan rápido!
-          No. No molí na. El molinero estaba enojado y dijo que no me iba a moler y me mandó pa la casa.
-          ¡Ay! ¡Quizás qué lesera hiciste! Por que sí, no más, no iba a ser. ¡Tendré que ir yo! ¡Te vas a quedar aquí! ¡te vas a preocupar que el fuego no se apague y de tenerme la tetera hirviendo cuando llegue!

Bien recomendado se quedó el viejo y triste. Le echó más leña al fuego, como le dijeron; pero, le puso demasiado. La tetera hirvió muy luego, los palos se consumieron y la tetera se dio vuelta. ¡La ceniza se subió por todos lados! ¡La polvareda! ¡No se veía nada! Ahí, el viejo se lamentaba:

-          ¡No sirvo para nada! ¡Todo lo hago mal! ¡Tan tonto que soy! Mejor me voy a matar y dejo de dar problemas.

Empezó a buscar algo con qué matarse. Entre las herramientas halló el combo y se fue con él hacia el patio. Tiraba el combo pa arriba y cuando venía cayendo, salía corriendo pa que no le cayera encima, pa salvarse. ¡Sería tonto! Volvía a tirar el combo y salía corriendo. En eso estaba, cuando de repente la herramienta cayó en unas matas. Al irlo a buscar, se da cuenta que cayó sobre una pava que estaba empollando. Él lo había olvidado.

Ahí, le vino la preocupación porque había matado la pava. ¿Cómo van a nacer los pavitos ahora?, pensó. Hasta que se le ocurrió pelar la pava. Con una grasa se embetunó el cuerpo y empezó a colocarse las plumas. “Pa que no se dé cuenta la vieja que murió la pava, me voy a echar yo”, dijo. Bien emplumado, se metió al nido. Ahí estaba cuando la viejita volvió del molino. A ella, le molieron y supo lo que le había pasado a su viejo.

-          ¡Viejo! ¡Viejo!, - lo llamaba. ¡Ven a ayudarme a bajar la harina!

Nada. El viejo no aparecía. La pobre vieja, sola tuvo que hacerlo todo. Ya calculaba que en otro problema tenía que estar. Entró a la casa y encontró el fuego apagado, ceniza por todas partes, la tetera dada vuelta y medio sumida entre la ceniza. “¡Ay! ¡Qué hizo este viejo, ahora!”. Salió a buscarlo:

-          “¡Viejo! ¡Viejo!”, decía. ¡Nada!

Lo buscó en distintas partes. Empezó a rebuscar entre las plantas. Pensó que podría haberse desmayado. De repente, al entreabrir una planta, lo encuentra.

-          “Sssssssshhhhh”, le dice el viejo, igual como hacen las pavas empollando.
-          ¡Qué estás haciendo ahí! ¡Y todo emplumado! Se quejaba, la pobre vieja. ¡Qué voy a hacer contigo! ¡Ya, sale!

Ahí, lo sacó. Le ayudó a quitarse las plumas, a limpiarse. Y le pidió que le ayudara a hacer el fuego y todo, de nuevo. Así fue. La viejita hizo pan y después tomaron mate. Y siguieron viviendo.


[1] Kutama: carga contrapesada sobre el caballo.
[2] Fanega: medida de volumen antigua.
[3] Almud: medida de volumen antigua.
[4] Maquila: Forma de pago que consiste en entregar un porcentaje del trigo molido. También la trilla se paga con maquila.

2 comentarios:

vERonICA dijo...

Lindísimo cuento y muy divertido, me ha gustado mucho el final y el amor de la viejita por su viejo leso. Gracias por las notas a pie de página, así aprendemos todos.

Erwin Quintupill dijo...

Gracias Vero por tu comentario. No recuerdo tu mail; pero veo que lo tengo porque te llega información de mí.

Te abrazo. Erwin