Ricardo
Candia
¿Es el
Sename un caso aislado y único, en el que mueren niños? Lo que se da a conocer
con caracteres de escándalo, no es algo nuevo. Ni extraño. Ni adjudicable a un
arranque de rabia de ciertos funcionarios, un error en la fiscalización, o la
irrupción de una mafia clandestina. No.
Es el
efecto necesario de una cultura que ha elevado a condición de paradigma moral
la irrupción de la empresa privada, y la consideración de que el Estado es un
demonio filocomunista que quiere tragarlo todo.
El
fracaso histórico de la Concertación/Nueva Mayoría se demuestra en esos niños
muertos. De los que se sabe. De cuántos han muerto fuera de esos centros, pero
por idénticas razones, ¿se tiene idea?
De
pronto, la frialdad de las estadísticas hace que los mismos hipócritas que de
una u otra manera se han beneficiado de esos niños, se desangren en
declaraciones como si se tratara de una visión recién estrenada. ¿Nadie sabía
en este país que el Sename es un trocito del Estado que le corresponde a la
Democracia Cristiana en el desposte del poder? ¿Nadie sabía de los miles de
millones que se cruzan para administrar
esas miserias y que finalmente paran en bolsillos ajenos?
Algo
parecido sucedió una vez que se terminó, por lo menos de manera formal, la
dictadura. Por años los familiares de las víctimas del terrorismo desplegado
por las fuerzas armadas en complicidad de connotados civiles, denunciaron a
quien quiso oír la suerte de sus familiares.
Miles
de muertos y desaparecidos. Centenares de miles de presos y torturados. Centros
clandestinos de detención y exterminio. Instituciones que se suponen compuesta por gentes de honor y valer
dedicadas a lanzar personas al mar, a excavar en la tierra para esconder
cadáveres, a torturar y asesinar, quemar, degollar, y que sin embargo guardaron
cobarde silencio.
Siempre
se negó la existencia de esas víctimas. No se quiso ver. No se quiso saber. Se
negó. Se ocultó.
Lo
mismo ha pasado con los niños del Sename.
Trenzas
de funcionarios han debido administrar con un sentido inhumano esas cárceles de
niños en pleno siglo XXI y en un país que hace gárgaras con la modernidad y el
desarrollo. Y que han guardado criminal silencio. Esas casas no se administran
solas. Esas muertes tuvieron por lo menos cómplices y testigos. ¿Dónde están?
Las
desventuras de los niños que se suponen bajo el amparo del Estado han devenido,
como casi todo, en un negocio de lo más lucrativo. Y para el efecto, han debido
entender a esos niños como cosas, como subproductos inservibles cuya muerte no
es sino una pérdida de stock, un subsidio menos.
Ese
feudo que todo el mundo sabe pertenece a activistas de la Nueva Mayoría, debe
ser intervenido para investigar el grado de responsabilidad del conglomerado en
ese infanticidio. Partiendo por enjuiciar a los ministros que un desparpajo
insolente acusan de irresponsables a quienes dicen que esos niños son víctimas
de atropello a sus derechos humanos básicos, porque temen a los juicios que
podrían exigir reparaciones al Estado.
Algo
muy grave debió pasar en algún momento de la historia como para que un suceso
así haya sido propiciado, mantenido y ocultado por un par de miles (de)
personas, funcionarios, varios ministros y altos funcionarios del Estado.
Algo
muy grave sucedió en personas que no mucho antes juraban dar la vida por la
revolución social, o que invocaban al rebelde Jesucristo que expulsó a los
mercaderes del templo y se acompañó de los más pobres y perseguidos. Y ahora
explican la muerte de esos niños como un hecho fortuito o adjudicable a las
irresponsables familias que dejan sus hijos a la deriva.
Sería
interesante saber cuántos otros niños mueren por causas similares aunque no
estén presos en esas prisiones. ¿Cuántos mueren por causas violentas en las
poblaciones o cuántos que despuntan a la juventud lo hacen en las cárceles.
¿Cuántos intentando asaltar algún dispensador de dinero? ¿Cuántos están en el
veneno de la droga? Aunque todos mueran por razones culturales.
Punto
Final Nº 880, julio 2017.
No hay comentarios:
Publicar un comentario