Había una gallina vieja y medio lerda que tenía doce pollitos, porque ellas pueden empollar bien esa cantidad de huevos; si les ponen más puede que alguno se eche a perder. Ella solía salir pa todas partes con sus crías y sobre todo iba pa las orillas del monte, porque allí hay más comida: toda clase de bichitos y semillas que encuentra cuando se pone a escarbar. En eso se lo pasaba.
Pero, también había un zorro que la andaba mirando y que la quería cazar; pero no se atrevía, porque la casa estaba cerca y ya conocía al hombre y a los perros. Así que pensó en la forma de poder hacerlo sin correr peligro. Así estuvo varios días, cateándola, hasta que una mañana – cerca del mediodía – se le presentó de un repente.
- ¡Buenos días!, le dijo – claro que todo en mapuzugun, porque esto ocurre en el tiempo antiguo.
La pobre gallina quedó muda y pensando por donde podía arrancar; pero, se había alejado mucho de la casa y nadie la estaba viendo. Los pollitos se asustaron mucho y se escondieron por donde pudieron: entre medio del pasto, detrás de la mamá o donde fuera. Tampoco atinaba – la pobre – a otra cosa. También estaba confundida de que el zorro le hablara y no se le hubiera tirado encima.
- Güeno día, dijo con un poquito de voz que alcanzó a sacar.
- ¿Cómo está usté?, le preguntó el zorro.
- Yohhh… Toy bien, respondió muerta de miedo y más extrañada aún.
- Y sus chiquillos ¿cómo están?
- Ehh… Ellos… Ellos, tamién tan bien
- Mmmhh… y ¿cómo se llaman?
- ¿Llaman?... ¿Cómo ese?
- Le digo que cómo se llaman, que nombre tienen.
- Ehh... No, no tienen na…
- ¡Cómo! Pero, ¡cómo puede ser! ¡Si eso es un pecado muy grande!
- Pecao… Pero, si yo no sé… ¿qué e’ese pecao?
- ¡Buh! ¡Es una cosa muy mala!
Y de ahí, el zorro se puso a explicarle a la gallina acerca de cómo se le pone nombre a los niños. Le habló del bautizo, del cura, de los compadres, de Dios… de todo eso. La gallina estaba asombrada, hasta se le había quitado un poco el miedo.
- Pero, ¿cómo puede hacer ese yo? Tengo que hablar con mi marío, explicó.
- Mire, le dijo el zorro, yo que usted no esperaría nada más y lo hacía altiro. No ve que es una cuestión muy seria; si se trata de sus chiquillos.
- Pero, ¿cómo puede hacer ese yo? No ve que ¿de dónde sacó un cura?
- Yo sé hacerlo, dijo el zorro. Yo puedo ser el cura.
- ¡Ah…! Usté haría ese… Usté sabe.
- Claro, pues.
- Pero, y ¿el compadre?. ¿De dónde sacó un compadre?
- Yo también puedo ser su compadre, pues. Si, ¿para qué estamos?
- …
- Mire, le dijo el zorro. Cómo aquí mismo pasa un chorrillo, hasta tenemos el agua. Si le parece, podemos hacerlo ahora mismo.
- Pero, y ¿mi marío?
- No importa. Después le cuenta. Si total no es nada malo lo que va a hacer, ¿no? ¿O prefiere que sus chiquillos sigan en ese pecado tan grande?
- No… yo no quiero na ese.
Los pollitos se habían ido acercando. Entonces, el zorro se aproximó al chorrillo y le dijo a la gallina que fuera acercando a sus pollitos.
- Ya niñito, vengan, dijo la vieja.
- ¿Qué es este?, preguntó el zorro. ¿niñito o niñita?
- Niñito…
- Ya. ¿cómo se va a llamar?
La gallina dudaba. Total que el zorro hizo todo. Ella lo seguía. Estaba como atontada todavía. Siempre había sido medio lerda, también. ¡Vieja lesa!
- Ya. Este se va a llamar Juan, entonces. ¡Juanito: Yo te bautizo en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo…! Y le echó el agua por la cabecita al pollito. ¡Acvcvy!, dijo el chiquitito.
- Kuanito, dijo la vieja.
- Ya. Otro ahora… Y este ¿qué es?
- Niñíta, dijo la vieja.
- María se va a llamar, entonces. Yo te bautizo en el nombre…
A otro le puso Kosé. Otro se llamó Carmencita. Otro se llamó Pewro, y así… A todos los fue bautizando: echándoles agua por la cabeza y poniéndole nombre. Cuando estuvieron todos bautizados, el zorro felicitó a su comadre y le dijo que estaba muy contento por todo. Antes le había explicado el significado del ser compadres. Le había dicho que los padrinos son como el otro papá y que tienen que hacerse cargo de ayudar a criar a los ahijados, etc. La gallina estaba contenta, ya ni se acordaba de lo asustada que se sintió cuando apareció.
- Ahora que somos compadres, yo quiero cumplir con lo mío, comadre.
- ¿Cómo qué será?
- Quiero que le dé permiso a uno de mis ahijaditos para llevarlo a mi casa. Allá, yo tengo de todo. ¿Qué cosa le gusta comer a los niñitos?
- ¡Ah! Güeno, a ello le gusta la semillita, lo pastito… todo ese.
- ¡Ah! ¡Buh! Allá, yo tengo de todo eso y harto. Tengo huerta con harta verdura pa los amigos. ¿Les gustarán las lechugas, los repollos?
- Sí, pero no pueden…
- (Sin dejarla terminar) Ya pues comadre, no se hable más. Usted le da permiso a mis ahijaditos y se van a pasear para allá, y mañana se los traigo de vuelta.
- No compadre, tengo que avisarle a mi marío primero.
- Pero, comadre, si el compadre se lo pasa por otro lado, trabajando siempre. De ahí le cuenta. Si él no va a decir nada. Además, si le parece, mañana hablo con él. Dígale usted, para que hable conmigo.
- ¡Ay!
Se quejaba la vieja tonta, mientras el zorro insistía. ¡Qué pues! Si él la había palabreado de lo mejor y ya la estaba convenciendo. Y tanto insistió, de tantas formas que la vieja dijo que bueno. Ahí, el zorro se llevó a uno de los ahijados. Se despidieron. La gallina lagrimeaba.
- Cuídemelo, compadre. No ve que nunca han salido solo.
- No se haga problema, comadre: mañana como a esta hora estaremos de vuelta.
Se fue el chiquitito y no volvió más, porque apenas desapareció de la vista, detrás del monte, el zorro se desayunó al ahijado.
Al otro día, estuvo cateando a la comadre y cuando vio que no había problema, se le presentó.
- ¡Buenos días, comadre!
- ¡Ay! ¡Güeno día, compadre! Casi no he dormío pensando en mi chiquillo.
- ¡Pucha, comadre! ¡Sabe que no vino ese diablillo!
- Pero ¡cómo!
- ¡Es que le gustó tanto allá! ¡Se volvió loco con tanta cosa rica! ¡Qué venga uno de mis hermanitos, me dijo! Y, a eso vengo. ¡Que vengan todos y hasta mi mamá!, me encargó.
- ¡No compadre! ¡Cómo voy a ir yo pa allá! ¡No ve que tanto que hacer acá! Ma encima que mi marío me anduvo retando un poco.
- Pucha, comadre, lo siento; pero, Juanito me pidió que viniera a buscar uno de sus hermanitos - siquiera - para jugar. Mañana se los traigo a los dos ¿qué le parece?
De nuevo, la vieja se dejó convencer. Allá partió otro pollito, y de nuevo el zorro se desayunó un ahijado. Al día siguiente, volvió solo de nuevo. Cuando la vieja lo vio llegar altiro le reclamó:
- Pero, compadre. No me dijo que ahora me lo iba a traer a lo do. ¡Qué hago ahora yo! Si echo de meno a mi chiquillo…
- Mire, comadre. Comprenda usted a los ahijaditos. Con el hermanito allá, menos se quiso venir. ¡Si se lo pasan jugando! Tan contentos que están. ¡Qué vengan los demás, me pidieron.
Y de nuevo adornándole la situación. Y de nuevo a la vieja la engañaron… Hasta que se fue llevando de uno en uno a los ahijados. ¡A todos se los comió! Pero, el zorro quería más, así que cuando no quedaba ningún ahijado se le presentó de nuevo a su comadre. Ahí andaba la vieja, escarbando de pura costumbre. ¡Si no le quedaba ningún pollito! A todos se los había llevado el compadre, que allí venía de nuevo.
- ¡Toy ‘nojá, compadre! Ya se llevó a todo mi chiquillo. Y ahora no me trae ninguno, ¡cómo quiere que no enoje!
- Pero, comadre, si sus niñitos están bien; pero, son muchos; por eso la vengo a buscar para que entre los dos los traigamos sanitos y sin problemas.
- (Atontada). Ah… ¿sí? Pucha, tengo que avisarle a mi marío, puh.
- ¡Eh. Comadre! ¡Déjelo! Si no nos demoramos nada en ir y volver.
Urgida, como estaba la vieja, partió sin avisar. ¡Imagínense! Detrás del cerro, pa allá, el compadre se almorzó a la comadre. Se pegó una tremenda siesta y se puso a pensar en cómo lo haría pa conseguir al compadre.
Así anduvo, de a poco, esperando que el compadre gallo se descuidara; pero, el gallo andaba siempre atento. Hasta que un día ocurrió que se descuidó un poco y se alejó demasiado de la casa. Ahí fue que se le presentó el compadre zorro y lo arrinconó.
- ¡Cómo está, compadre!, le saludó.
- ¡Güeno día!, dijo el gallo, tratando de encontrar por donde arrancar.
- Oiga, compadre, la comadre me mandó a decirle que vaya a buscarla. No ve que ella y yo no podemos traer a todos los chiquillos.
- No, dijo el gallo. Yo tengo mucho trabajo que hacer. Además, ¿quién la mandó a ella a ir pa allá? ¡Yo no la mandé na! ¡Que se venga sola, no más!
- Pero, compadre no sea malo con la comadre. Si yo traté de convencerla; pero, los niñitos son chicos todavía…
Mientras el gallo buscaba la ocasión de escapar, el zorro se le iba acercando como tratando de convencerlo, hasta que de pronto – en un pequeño descuido – lo agarra con el hocico. El gallo sintió que hasta ahí llegaba. ¡Si andaba lejos de la casa!
Iba el zorro bien apurado con el compadre en el hocico, cuando desde una loma lo divisan unos hombres que estaban trabajando.
- ¡Miren, el zorro lleva un gallo!, dijo uno de ellos.
El zorro lo escuchó y se asustó mucho. El gallo que es gallo aprovechó pa decirle:
- Compadre, dígale: ¡qué te importa a vos!
El zorro con el apuro ni lo pensó.
- ¡Qué te importa a vos!, le gritó a los hombres.
Cuando vino a darse cuenta, el compadre gallo ya no estaba en su hocico y se puso a mirar pa todos lados, tratando de encontrarlo. Como iban junto a un mallín, de pronto se fijó que allí estaba su compadre y se lanzó de zambullida. Salió medio ahogándose con el agua que tomó y sin el compadre. Volvió a tirarse y nada.
- ¡Qué le dio por bañarse, compadre!, le gritó el gallo desde arriba.
- (El zorro mirando hacia arriba) ¡Ay, compadre! ¡Yo pensé que se estaba ahogando, por eso me tiré al agua pa salvarlo! Vamos, baje de ahí, pa que volvamos luego.
El gallo había volado hacia las ramas de un árbol, y lo que el zorro había visto era su reflejo en el agua.
- No, compadre. Mejor vaya solo. Yo me quedo aquí. Parece que usté no tiene na güena intención.
- ¡Pucha, compadre! No sea así, no ve que la comadre me mandó a buscarlo, y además que estamos demorando.
- ¡Sssht! (El gallo lo hacía callar, mientras miraba a la distancia).
- ¡Ah! ¿Qué pasa compadre?
- ¡Déje de hablar, oiga! Parece que veo algo…
- ¿Qué cosa, compadre?
- ¡Quédese callao! A ver… sí. Parece… Sí.
- ¿Qué cosa, compadre?
- Uno… dos… tres…
- ¡Qué está viendo, pues!
- Uno… dos… tres… Tres. Tres. Son tres.
- ¿Qué cosa, compadre?
- Es que… son tres perros y un hombre. Eso es lo que estoy viendo, allá a lo lejos.
- (Bajito) ¿Por dónde, compadre?
- Por allá, pues. Por el norte. ¡No ve que estoy mirando pa allá!
- (Bajito) Ah, ya. Oiga compadre, yo me voy por acá un ratito (indicando pal sur). Enseguida vuelvo.
Se fue el zorro por el sur. No había pasado más que un rato chico, cuando se escucha griterío de gente, de perros y disparos. Hasta ahí llegó el compadre zorro. Lo cazaron, y el gallo se salvó.
Epew aprendido de: Familia Raguileo Ñancupil
Saltapura Lof – IX Región – Chile
Narrador: Erwin Quintupill
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El cuento aquí expuesto lo escuché - en casa - muchas veces, en distintos momentos, a mis padres y a mis hermanos. Ahora, también voy narrándolo por los sitios en que camino. De todos los que escuché en mi infancia, en mi juventud y en mi adultez es uno de los que más quiero, porque en él están representados nuestro pueblo y el invasor.
Nosotros somos mostrados en dos expresiones: aquella – representada por la gallina – que cree en el discurso seductor y demagógico del invasor y con ello encuentra finalmente la muerte, y la otra – por el gallo – que desconfía siempre y se mantiene en una posición discordante. El invasor está representado por el zorro. El resto de la lectura y de la interpretación se la dejo a los lectores.
Por último, este es uno de los epew que espera ser presentado en el formato de libro para que las actuales y futuras generaciones de Saltapura dispongan de ellos, a falta de un fogón en torno al cual escucharlos, como sí me ocurrió a mí.
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